«¡Francesco, Francesco!», gritan los fieles. El Mercedes blanco matrícula SCV1 da la primera vuelta a la Plaza de San Pedro. El Papa sonríe, saluda con la mano y ve a un niño con síndrome de Down. El conductor del «obispo de Roma», como se define Jorge Mario Bergoglio y le gusta que le llamen, se para unos segundos. Francisco coge y abraza al chico, de unos cinco años. Son las 10.15 horas. Católicos y curiosos arropan, con entusiasmo y alegría incontrolada, el recorrido del ‘Papamóvil’ durante la audiencia de los miércoles.
La ‘Franciscomanía’ se palpa por toda Roma. En las tiendas de souvenires de la Via della Conciliazione, junto a San Pedro; en Santa María del Trastevere, junto a las obras del Coliseo o incluso en un kiosco de Campo de Fiori, la única plaza romana sin signos religiosos. Se exhiben banderas con su imagen, que se venden a un euro; también camisetas con el lema «I love Papa Francesco». Su carisma no para de crecer.
En seis meses de pontificado, Bergoglio ha ofrecido apenas un esbozo, las primeras señales, de la revolución -tranquila, sin aspavientos- que quiere impulsar en la Iglesia Católica y, antes que nada, en la jerarquía del Vaticano, dominada por cardenales conservadores, acusados de ocultar casos de pederastia de sacerdotes católicos. Su corazón jesuita resulta clave para entender a este sucesor de Pedro al que muchos comparan con Juan XXIII, el cerebro del Concilio Vaticano II, que será canonizado junto a Juan Pablo II antes de que acabe el año. ¿Le permitirán y dará tiempo a Francisco a poner en marcha todos los cambios que planea?
«Francisco está siendo fiel al espíritu de San Ignacio de Loyola y lo más interesante no es que sea un Papa jesuita, sino cómo la espiritualidad de San Ignacio puede influir en su Pontificado y eso para nosotros es fundamental. Y lo está haciendo desde el primer minuto», explica a El Confidencial el historiador Ignacio Narváez, de 27 años, que investiga en archivos de Roma el arte en los colegios jesuitas españoles.
Los miembros de la Compañía de Jesús, que regentan cinco de las 6.000 iglesias existentes en Roma, valoran cómo el Papa ha intentado desligarse del aparato de la riqueza y materializa los cambios poco a poco, «siempre con mano izquierda, utilizando mucho los gestos, los símbolos y hablando claro: eso lo hemos visto siempre en la Compañía, lo vemos en el Papa y para nosotros es una gozada», señala Narváez que estudió primaria, ESO y Bachillerato en un centro jesuita.
La Iglesia del Gesù, situada frente a la sede principal del histórico partido de la Democracia Cristiana, la mandó construir San Ignacio de Loyola. A las 17.30 horas, hay un espectáculo de luz y música barroca. En uno de los laterales, detrás de un cuadro, hay una
escultura en plata del fundador de la compañía. Por pudor de no exhibir riqueza, la reproducción sólo se muestra diez minutos al día. La tumba de San Ignacio, adornada con el mayor fragmento de lapislázuli del planeta, y el brazo derecho de San Francisco Javier (Xabieru), el jesuita que cristianizó Japón, están también en el Gesù.
Arrupe y las dos visitas al Gesù de Roma
Francisco ha visitado dos veces este templo. Una vez el pasado 31 de julio, el aniversario de la muerte del fundador de la Compañía de Jesús. También hace dos semanas, cuando acudió al centro Astalli, que entrega comida a los inmigrantes, situado en la espalda de la iglesia. En ambas ocasiones el Papa oró al lado de la tumba del español Pedro Arrupe, general de los jesuitas entre 1965 y 1983, cuyos restos mortales también reposan en el Gesù. Y eso que Bergoglio no se llevaba bien con Arrupe… Juan Pablo II, que arrinconó a los jesuitas durante su Pontificado, lo sabía y nombró cardenal al que era obispo de Buenos Aires y provincial de la orden religiosa. La decisión no fue bien recibida en la cúpula de la Compañía de Jesús. Es más, cuando visitaba Roma no se alojaba en casas de jesuitas, sino en residencias diocesanas.
La tensión entre la jerarquía jesuita y Bergoglio era más que evidente. Entre los jesuitas no era conocido el actual Papa como una persona progresista, pero ya desde el balcón de San Pedro sorprendió con la frase «Obispo y pueblo» y con lo de «recen por mí». Ahí se empezó a conocer a Bergoglio. Algunos
detalles humanos ya los relató a este diario Benita Moreno, su excocinera en Argentina.
Las declaraciones sobre el respeto a la homosexualidad que hizo a los periodistas en el avión de vuelta a Roma desde Río de Janeiro, donde en julio se celebró la Jornada Mundial de la Juventud, sirvieron para asentar la imagen de que Francisco es distinto, un aire fresco en medio de una trama presuntamente corrupta que rodeó a los dos anteriores Papas en el Vaticano. La decisión de vivir en la residencia Santa Marta, en vez de hacerlo en las lujosas estancias vaticanas, desplazarse por Roma a bordo de un automóvil modesto -un Renault 4 «cuatro latas» de 1984 -, o visitar a los trabajadores de los talleres del Vaticano (el primer Papa que lo hace) expresan gestos de pobreza y humildad, características esenciales de la doctrina jesuita en las que profundizó Arrupe, autor del libro Yo viví la bomba atómica -fue testigo en agosto de 1945 de la explosión sobre Hiroshima-.
«Alejaos de los ropajes de oro»
Los últimos años del generalato de Arrupe coinciden con la expansión de la Teología de la Liberación, que aplicó el marxismo en zonas de Latinoamérica y uno de cuyos máximos ideólogos fue Ignacio Ellacuría, asesinado en noviembre de 1989 en San Salvador. ¿Es próximo Bergoglio a esta teología? De ninguna manera en la utilización del marxismo, ni de ninguna otra ideología; y sí en la idea de vivir lejos de la opulencia, más cerca del Nuevo Testamento, y en la crítica al sistema económico neoliberal que genera «injusticia», como criticó el pasado domingo en Cerdeña. Una frase concreta del Papa también aconseja a los sacerdotes: «Cuidad mucho la liturgia, pero alejaos de los ropajes de oro».
«Francisco no tiene una ideología particular, se guía por el corazón del Evangelio, lo que hizo Jesús», explica Vicenzo Anselmo, napolitano de 34 años, que será ordenado sacerdote jesuita en la primavera de 2014, en la sacristía del Gesù. «Yo le veo como un hombre lleno de humanidad, un sueño de esperanza para toda la Iglesia», apunta Anselmo tras la misa del pasado miércoles, mientras se apagan las luces de la iglesia. «Se siente profundamente jesuita y eso se nota en su espiritualidad», añade.
La jerarquía del Vaticano sufre el handicap de ser observada como un régimen político y, aunque se trata de un Estado dentro de Roma e Italia, tiene un ritmo ejecutivo diferente, preso de la tradición. El informe sobre la reforma de la curia, previsto para el mes de octubre, será un momento clave para saber hasta qué punto Francisco es capaz de ejecutar un Plan Renove interno en el catolicismo. «No hace falta un Concilio Vaticano III, con aplicar lo que decía el II, ya estará muy bien», apunta el historiador Narváez, que señala: «Con Juan Pablo II perdimos décadas, se retrocedió en todo lo avanzado antes». Algunos señalan a Francisco como el renovador definitivo del catolicismo que podría haber sido Juan Pablo I.
«No soy de derechas»
Francisco no rehuye el debate y, aunque mide las palabras, opina con libertad. En la
entrevista de seis horas concedida a la revista
La Civiltà Cattolica, órgano oficioso del Vaticano controlado por los jesuitas, Bergoglio dejó claro que él nunca había sido «de derechas». El término podría ser equívoco. En Argentina
no ser «de derechas» significa no haber sido simpatizante de la dictadura militar. En España equivaldría a no ser franquista, en ningún caso si pertenece o no al Ala Este de la ideología.
Melina Duesi, de 71 años, y María Rosa Sarasino, de 60 años, son argentinas y escuchan al Papa en la Plaza de San Pedro. «En Buenos Aires estuvo siempre al lado de la gente que necesitó, ni de los militares, ni de los otros políticos. Allá era pobre, muy humilde, si iba a la cárcel tomaba de vuelta el colectivo [autobús]», narra Duesi. «Yo estoy contenta porque parece que va a revolucionar el mundo entero; siempre recalca que la Iglesia es una para todos», precisa Mónica Maragliano, de 55 años, otra argentina natural de Rosario que ha viajado con una amiga a Roma para ver a su compatriota.Alba Montero, de Córdoba (Argentina), de 33 años, recuerda cómo el Papa trabajaba en los barrios. «Con él siento mucha paz», relata. «Es muy cercano y se le entiende muy bien», comenta María Isabel Palomino, residente en Madrid.
Contra la vanidad y el «chisme»
En San Pedro, en la Plaza de Pío XII y en la Via della Conciliazione hay monjas del Congo, como Judith o indias, como Sor Rina y Sor Magdalena, ahora en conventos italianos, y sacerdotes diocesanos, como los mexicanos Oswaldo Ávalos, Jesús Barragán y Gregorio García que acaban de escuchar
el mensaje del Papa de la humildad frente a la vanidad y el chisme: «Antes de hablar mal del otro, un cristiano debe morderse la lengua», remarca Bergoglio. «Francisco le ha dado un giro, un vuelco, una nueva página a la Iglesia para rescatar los valores de la sencillez y la alegría de servir a los demás», cuenta a este diario Jesús Barragán, de 31 años, con gafas de sol y gorra con el nombre de Italia.
En la audiencia, el Papa, con fondo de música de órgano, una veintena de altavoces y varias pantallas gigantes para que nadie se pierda sus palabras, se refiere a las 3.000 diócesis del mundo, a la importancia de la fe (es el Año de la Fe) y arremete contra los que privatizan la Iglesia «para su propia comunidad o país». Estos mensajes, igual que el de los chismes, podrían explicarse en clave interna contra algunos cardenales que se resisten a los cambios.
Un nuevo rol de la mujer
De Francisco se espera «un cambio de rol de la mujer en el Gobierno de la Iglesia», vaticina Anselmo, de la iglesia del Gesù, aunque todavía parece muy lejos que las mujeres puedan convertirse en sacerdotes. También se vaticina una doctrina menos centrada en la sexualidad y más en el ser una buena persona y ayudar a los demás, con máximas como la tolerancia y la aplicación del Evangelio en la vida diaria. El Pontífice ya se ha referido en varias ocasiones a que la salvación no es patrimonio exclusivo de los creyentes, sino también de los agnósticos y ateos, como en la carta que envió al periodista Eugenio Scalfari, fundador del diario La Reppublica.
El mensaje de Francisco está vivo, sólo lleva seis meses en la jefatura del Vaticano, pero el Papa no quiere convertirse en un celebrity sin contenido. Ha prometido renovar la Iglesia. Su edad (nació en 1936) y la resistencia interna en el Vaticano son sus principales obstáculos de este jesuita que aún sueña con perderse un día por las calles de Roma, entremezclándose con los turistas, como en la película Habemus Papam de Nanni Moretti y visitar el Gesù a solas, sin focos.
Firma fotos: Agustín Rivera