Se cumplen 62 años de la caída de la bomba atómica sobre Hiroshima. Fue mi primera cobertura internacional. En agosto de 1995, escribiendo para Diario 16. En 2001 volví a Hiroshima enviado por EL MUNDO. Reproduzco algunos párrafos de la crónica enviada hace ahora seis años:
«Shizuko Numata se desplaza en silla de ruedas. Una estantería le cayó encima y los médicos no tuvieron más remedio que sacrificarle la pierna izquierda. Numata tenía por aquel entonces 21 años, trabajaba de secretaria en la tercera planta de un centro de comunicaciones militar y estaba radiante de ilusión. Se iba a casar apenas tres días después con un marino japonés que servía para el ejército imperial destacado en el Pacífico, muerto ya hacía un mes, aunque ella no lo supo hasta varias semanas más tarde.
A pesar de la tragedia personal, se puede considerar una mujer afortunada. Volvió a nacer en esa mañana calurosa de hace 56 años. Y ayer volvió a recrear paso a paso, minuto a minuto, el 6 de agosto de 1945 cuando a las 8.15 de la mañana su ciudad se convirtió en el peor infierno jamás visto, en un cementerio de cuerpos calcinados, destrucción masiva, con una temperatura que alcanzó los 7.000 grados centígrados, por el efecto de los 15.000 toneladas de TNT lanzadas por el “Enola Gay” estadounidense.
‘Al igual que en un atardecer, el color del cielo era tan luminoso, tan bonito… Era una mezcla de rojo, azul, naranja y verde… No podía imaginar que esa luz se tratara en realidad de la bomba atómica’, relata Numata a EL MUNDO, refugiada en la sombra de uno de los árboles del Parque de la Paz de Hiroshima».
¿Habremos aprendido algo los humanos de tan horrible experiencia?