20.000 musulmanes viven en Málaga. Más de 500 personas pasarán hoy por la nueva Mezquita de Málaga, situada en la calle Ingeniero de la Torre Acosta (que fue el padre del actual alcalde). Celebran el inicio del Ramadán.
La Mezquita está a 50 metros desde donde escribo hoy, también ayer y posiblemente mañana. Es un edificio imponente. Hay mucho espacio para la oración. También para los libros y conferencias. Durante el Ramadán ayunan todo el día y a las 20.30 horas toman leche y dátiles.
Llamo a mi amigo Miguel Ángel Mendoza, ceutí de adopción, lepero de nacimiento, y le pregunto por el Ramadán versión Ceuta. «Pasa muy desapercibido. Los musulmanes están absolutamente integrados en la vida de la ciudad», relata Mendoza.
Un día de estos iré a la mezquita y contaré lo que veo en el blog.
Compañero, la palabra desapercibido no es exacta. Cada día cobra más importancia pero se hace sentir al principio y al final. En las conversaciones entre distintos credos y en los trabajos. Este año coincide con el final del verano y el ayuno se rompe más tarde. Mayor esfuerzo pero deja traslucir una forma de entender la vida. Un abrazo
Al viajero que pisa Ceuta por primera vez le recorre una sensación de exotismo y claustrofobia a partes iguales; una impresión que se va agudizando a medida que el paseante recorre sus históricas calles en las que se respira una paz y una calma en tensión, un silencio preocupante jalonado del misterio que esconde un punto de encuentro entre muchas culturas, la mayoría, azotadas por el espectro de la pobreza.
Sin embargo, lo que el viajero recuerda de Ceuta, lejos de sus murallas excelsas que atraviesan el istmo de norte a sur, son las escenas míseras que recorren las zonas alejadas de la Gran Vía y del centro urbano, los parajes más cercanos al territorio marroquí, allá donde los teléfonos dejan de responder al castellano y obedecen a las paupérrimas telefónicas árabes. En esos pagos en los que fascina la magia inmanente a las zonas fronterizas, es donde se percibe la más radical barrera entre dos mundos, la división entre un sur subdesarrollado, y un norte, el español, que en veinticinco años, a paso forzados, ha ido consiguiendo una ficticia estabilidad económica.
La inexplicable calma que vivían las dos ciudades autónomas, se ha visto interrumpida por la dramática opción del hambre del salto de las verjas que delimitan la esperanza y la miseria: la barrera entre alhauitas y borbones, que unidos por un pasado común, afrontan de diversas maneras el dramatismo de la inmigración.
Soluciones a este drama se antojan escasas, aunque de cualquier modo, se deben respetar los derechos de todos los hombres y mujeres que arriesgan sus pobres vidas en pos de un sueño europeo, en lugar de utilizar la política mafiosa de Bush de gestión de las zonas fronterizas del sur mediante unas fuerzas armadas dispuestas a tirar a matar.
Quizá, la solución sea que España denuncie frente a la comunidad internacional el juego político que la gendarmería marroquí ejerce con los inmigrantes, aunque sospecho que tal acto de valentía filantrópica, perjudicaría los acuerdos pesqueros en Andalucía y Canarias.
Cosas veredes, amigo Sancho.