LOS PLACERES Y LOS DIAS
Víctor de la Serna
FRANCISCO UMBRAL; 13-1-1999
Perseguía yo su firma por los periódicos de los cuarenta/cincuenta, me aprendía su prosa violenta y optimista, castellanísima, y un día, una tarde sacó La Tarde, el periódico más exquisito (casi juanramoniano) que pudiera soñar un virtuoso del periodismo.
Compré aquel milagro en el quiosco de la Fuente Dorada, de Valladolid, y lo llevaba en las manos como se lleva una hostia consagrada. Entre las firmas sólo recuerdo ahora la de Cela, y la del propio Víctor, naturalmente. Pero allí estaban todos. Quiero decir todos los que a mí me gustaban, mi verdadera asociación de la prensa, los maestros de este joven género literario que es el periodismo.
Aquello parecía, casi, una revista poética, más que un periódico, o, dicho al revés, el periódico diario que hubiera hecho el citado Juan Ramón. Sólo le faltaba alguna página malva para coincidir con el grande y remoto estilista de la tipografía, aquel enamorado de las doradas gaviotas de Gutenberg, que son las palabras, porque vuelan y roban como las gaviotas. Roban el alma de las cosas al nombrarlas. No hace falta decir que el milagro duró poco. El gentío, por entonces, andaba al tremendismo de El Caso, y no había color, claro. Pero Víctor de la Serna no se agachaba por eso -no se agachaba por nada- y siguió con su Informaciones y con su prosa macho y española. Lo de los foramontanos son dos tomos que tengo en mi capilla de grandes prosistas de todos los tiempos.
Prosista de viajes, un día sacó en el ABC un pueblecito español donde yo tenía un amigo:
– ¿Te ha gustado lo de tu pueblo?
– Nada. Mi pueblo no es así.
– Y a mí qué me importa, imbécil. Tu pueblo será así a partir de ahora, porque Víctor de la Serna es un señor que se inventa pueblos y ahí quedan para siempre, castillos en el aire, castillos en España, castillos en Castilla, con almenas de papel.
Bueno, no lo dije tan bien entonces, pero lo dije. Gran periodista es el que mejora o empeora la actualidad y la realidad, según convenga a su prosa. García Márquez es periodista. ¿No es cierto que conocemos mejor su pueblo, Aracataca, cuando él lo llama Macondo y lo llena de hermosas lavanderas que vuelan? El Macondo de García Márquez nos es más familiar que los pueblos evidentísimos de las guías de ferrocarriles.
Los pueblos de Víctor y de Cela los amamos mucho más que los pueblos de la geografía y del colegio, que sólo son un asterisco en el mapa. Y ahora me han dado a mí, aquel niño de Valladolid que llevaba el terso y crujiente periódico La Tarde con las dos manos, sin atreverse a abrirlo, como si llevase la hostia consagrada, aquella estraza exquisita, hostia de papel, me han dado, digo, el premio Víctor de la Serna, y me lo dan mis maestros los periodistas, esos hombres que saben lo que es un regleteo y una bodoni, y que siempre me han causado más reverencia que un magistrado o un general o un pianista, cuando me invitan a café, café de periodista, qué cosa, ahí está el légamo inicial de mi profesión y mi ser.
Se lo he dicho a los entrevistadores: este es el premio más emocionante de mi vida, porque me lo dan los periodistas, esos escritores previos que para mí eran «los escritores», cuando no conocía otros, y que ahora siguen siéndolo, porque hacen la escritura más tremante del siglo XX y harán la del siglo que viene. El periodista está siempre en el siglo que viene.