El sueño del barquito velero. Mal hecho por los dos hermanos: nunca hay que cambiar el nombre del barco. Da mal fario. Me lo enseñaron navegando por la Bahía de Palma a bordo del Red Feeling. Un hermano fantasma, soñador, guaperas, a punto, eso cree, de invertir en hoteles de California. El otro, más necesitado de cariño, ludópata del póker y de las carreras y enganchado al whisky que quiere dejar su trabajo en el garaje para montar una tienda deportiva.
No aparece Woody en toda la película, pero sí las campiñas británicas y el Thamesis (lleva ya tres películas ambientadas en Reino Unido, la próxima será Vicky Cristina Barcelona) y algunas notas de humor, eso sí, más avinagrado que nunca. Chicas estupendas, aunque poco perfilados sus personajes. La algo trepilla morena que interpreta a una actriz de teatro es muy sexy.
El tito ricachón que llega a Londres procedente de China tal como si fuera el tío Gilito, entregando libras, dólares y yuanes y lo que haga falta, si antes sus dos queridos sobrinitos cumplen con una misión que no podrán rechazar. Ironía a El Padrino. «La familia». «La sangre». Pacto de silencio.
El sentimiento de culpa. Las novias que se preocupan por las paraonias de la pareja. La esposa que alaba a su hermano y desprecia a su marido. El marido que siente envidia del cuñado. Las futuras cuñadas comprando trapitos, haciéndose amigas, mientras en el barco El sueño de Casandra se decide el final de esta cinta nada menor de Woody Allen aunque tampoco obra maestra, que Manuel Hidalgo tilda hoy en su Galería de imprescindibles de EL MUNDO de «artefacto trágico de impecable construcción».
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Coda: