Ficción / no ficción

Tras una semana sin columna sobre periodistas de Umbral, el blog vuelve a homenajearlo con un artículo de hace siete años. Aparecen Mailer, Capote y Wolfe.

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Ficción/no ficción

FRANCISCO UMBRAL

EL MUNDO; 16-12-2000

Los americanos, en su mundo editorial, tienen muy claro lo que es ficción y lo que es la no fiction, como me decía Mario Lacruz, aquel gran editor en quien algunos conocíamos a un gran novelista. Aquí hemos importado el término sin entenderlo muy bien. Así, dentro del barullo y la gran oferta de libros navideña, vemos los hit/parade del mercado cultural y no entendemos nada. Hemos confundido la no fiction con un contenedor donde caben los hit políticos, las biografías folklóricas, los humoristas de afición, las memorias analfabetas, los best/sellers extranjeros no novelescos, los libros glamourosos, la Historia para ágrafos, el documento periodístico de urgencia y por ahí seguido.

Pero la no/fiction es nada menos que una nueva manera literaria que nace del New Yorker, de La voz del Village, de la prensa underground de Nueva York, del Review Books, de Mailer, Capote, Wolfe y en este plan, y consiste en el descubrimiento de la realidad -«lo tan real, hoy lunes», de mi americanizado Jorge Guillén– y su narración en prosa literaria (que no novelada). Los ejércitos de la noche, de Mailer, un suponer, o La década prodigiosa, de Wolfe, son obras maestras de la no/fiction. Yo intenté el género, con el asentimiento del citado Mario, en …Y Tierno Galván ascendió a los cielos, crónica de la Santa Transición entendida como una novela, y que conoció varias ediciones.

Luego, en seguida, hemos embarullado el género y ya digo que la cosa se encuentra ahora entre contenedor de Manoteras y saldos de Moyano en decadencia. Esto explica bien la presencia de muchos intrusos y recién llegados al negocio del libro, gentes que antes hicieron seguros por los pisos o vendieron enciclopedias por suscripción.

Pone espanto en el epigastrio el ver que al final de la lista de no ficción está el monumental Garzón de Pilar Urbano, mi querida amiga, que me va a llevar al cielo, ya que, como «el infierno no es un lugar», allí no se puede pedir un whisky. Por delante de Pilar, gran periodista -eso sí que es no ficción- están los libros con álbum de discos, los tratados sobre drogas o diseños, las memorias de Sara Montiel, escritas por un particular (ella lo hubiera hecho mejor y con más gracia, ya que lleva dentro un Solana con bragas), una cosa de los Beatles, algo sobre Juana la Loca y algo sobre el sexo/sexy, como siempre. Justamente los libros que se le dan al trapero o que yo tiro a la piscina. Así, el Cuaderno amarillo de Salvador Pániker, que se defendía muy bravito en ese albañal, ya ha desaparecido de las listas porque no es suficientemente pestífero.

No estoy haciendo un artículo gracioso sino una crítica, denuncia y mapa de la situación del libro cuando se sale de la superstición de la novela, superstición común a editores, críticos, público, lectores, eruditos, académicos y guadalajareños pues la ronca de Guadalajara, Méjico, se montó exclusivamente en torno a la novela, como si no existieran el teatro o el ensayo. Una cosa movida, en fin, por los intereses comerciales de la novela mala. Y ahí quedan grandes memorialistas como Pániker devorados en los sumideros confusos de la no ficción, entre bricolages y recetas vegetarianas.

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