Inteligente y vibrante artículo de Antonio Soler publicado hoy en Sur sobre Norman Mailer.
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Le ningunearon el Nobel. Prefirieron dárselo a gente más modosa. Con principios más decorosos y menos alcohol y drogas en el cuerpo. Lo de enfant terrible aplicado a él era una expresión de patio de colegio.
POR ANTONIO SOLER
SUR; 18.11.2007
SE ha ido, feroz, midiéndose con la muerte, él que estaba acostumbrado a los más grandes personajes. Un viejo oso que todavía daba zarpazos. Se había refugiado en un pequeño pueblo de la Costa Este para robarle días y minutos a la guadaña. Tiempo que él convertía en páginas milagrosas. Si hay una palabra que escatimar en creación esa palabra es genio o genialidad. Pero Norman Mailer la estuvo rozando desde que escribió su primer libro. Sin ese talento de superdotado no podría entenderse que un chico de veintitrés o veinticuatro años escribiera Los desnudos y los muertos, por mucho que estudiase en Harvard y completara sus estudios en la guerra o fregando cacerolas en la cocina de un buque militar en mitad del Pacífico. Para algunos sonará a pecado y a hipérbole, pero ese libro no estaba lejos de Guerra y paz, está a su lado. Son dos obras inmensas sobre la guerra, la vida, el miedo, el hombre y la muerte.
Al final tenía voz de hampa, como de radio averiada. Dicen que fue su abuelo quien le proporcionó uno de sus títulos más memorables, Los hombres duros no bailan. Un mandamiento familiar. Penoso boxeador, mujeriego, machista. No sólo políticamente incorrecto, sino incorrectísimo, deplorable. Mandó a su segunda mujer tres semanas a la UVI. Aporreó a Gore Vidal. Polémico con toda la tribu salvo con el irónico y apacible John Updike, al que reconoció sin usura toda su grandeza literaria. No paró hasta contestarle a Truman Capote y a su A sangre fría con un golpe a la altura de ese libro. La canción del verdugo, obra maestra contra obra maestra, nuevo periodismo contra nuevo periodismo. Escribió siempre a la contra, siempre a lo grande. Dios, Marilyn, la CÍA, Muhammad Alí, Picasso, la guerra de Vietnam, Hitler, Hollywood, fueron sus personajes. Se resumían en dos. América y él mismo.
Le ningunearon el Nobel. Prefirieron dárselo a gente más modosa. Con principios más decorosos y menos alcohol y drogas en el cuerpo. De nada le valió su lucha despiadada contra los conservadores, el desenmascaramiento mafioso de algunos políticos, su compromiso contra la pena de muerte, ese libro periodístico sobre el pacifismo titulado Los ejércitos de la noche. Pocas novelas pueden ser más antibelicistas que la citada Los desnudos y los muertos. No tuvo piedad con Bush ni con los neocon. Pero daba igual, todo en Norman Mailer iba trufado con el escándalo. Lo de enfant terrible aplicado a él era una expresión de patio de colegio. Fue un mediocre director de cine, un candidato fracasado a la alcaldía de Nueva York, un judío irreverente. Pero sobre todo fue un monstruo literario, una vaca sagrada de las que surgen una vez cada mucho tiempo. Tenía los puños fáciles y la lengua muy fácil, pero sobre todo tenía la pluma tremendamente fácil, ágil, poderosa, profunda, el viejo cabrón.