Querían escribir una novela de futbolistas. A pachas. En esa época, Soler visitaba a Juvenal en la redacción de Sur. Se bajaban al bar y trazaban la historia. Todo se quedó en conversación de cafetería. Luego Juvenal ideó la trama de otra novela. American Coffee. La amistad con Rafael Pérez Estrada. Un león en el día de furia de la muerte de Caparrós. Iba para abogado, pero su nombre era de poeta. Y lo fue.
Nueva York y un programa cultural en Televisión Española. Juvenal Soto, el niño de Pedregalejo alto, de padre marino y fotógrafo. Los años del Tutti Frutti. Dickinson Collegue y Mark Aldrich. Estados Unidos y el país que adora. Virginia y su Universidad femenina, el amigo Murphy, el especialista en la obra de Aleixandre, el traductor de El cielo de septiembre.
Las tardes que yo vi, fastuosas, badulaques, la época de Celia y Antonio Romero. Calle Faro, 4 y Compositor Lemberg Ruiz. Diario 16 Málaga. Las sobremesas del Bilmore. Otra vez Rafael (EL MUNDO de Málaga homenajea el viernes al mago en Papeles del Paraíso). Los artículos en Cambio 16. En El País, compartiendo espacio con Félix Bayón. Los perfiles en EL MUNDO de Andalucía para las elecciones autonómicas. Japón, imparable (perfil para enmarcar de Chaves). Volverá muy pronto a la esfera verde andaluza.
Ayer, anoche, siempre, El cielo de septiembre. Juvenal Soler, recuerda Antonio. Los amigos en primera fila. Teo, Salva, Pedro, Rafa, Paco, Manolo, Juan. Al fondo, Fernando Arcas. También estaba Juan de Dios Mellado. Leyó sonetos y poemas americanos. Directos. «La poesía sin cartón piedra», dijo Soler.
Exquisitos Dry-Martinis y canapés en el hotel Maestranza. Un columnista rematando el artículo. Y cambiando el título. Y Juvenal y Alicia, su mujer, cruzan la calle apellido de ministro. Acabamos, de madrugada, disfrutando de una cocina con vistas al mar. El gourmet Murphy elaboró un manjar de sartén. Quinta planta de un edificio de La Malagueta. Cielo de mayo.