Ya era uno de los grandes. Como Umbral, González-Ruano, Larra, Camba, Vicent o Camacho. Ahora lo consagran en el olimpo de los dioses del articulismo. Raúl del Pozo escribe muy cerca de las Torres Kio. Su mujer, italiana, suele coger el teléfono. Si lo atiende él y está escribiendo el artículo lo despacha en menos de cinco segundos. Vive por y para el artículo. Ahora en la última de EL MUNDO. También en Pueblo (vibrante etapa de reportero golfo y corresponsal europeo), El Independiente y Diario 16, donde intercambió un artículo de golpes bajos con Martín Prieto, MP. Ha escrito novelas con títulos maravillosos: Noche de tahúres. No es elegante matar a una mujer descalza. Ahora le dan el Mariano de Cavia por España, el paraíso.
El artículo lleva un arranque prodigioso: “Dice un poeta norteamericano que el pasado es un cubo lleno de cenizas y el mundo, sólo un océano de mañanas”. Raúl caza diálogos, disecciona personajes históricos y colecciona metáforas. Umbral tildó su prosa, en su Diccionario de Literatura, de un modo magistral: “Esta escritura de Raúl del Pozo está molturada de noches, argots, ninfas, fuegos, póquer, flamenco, calles, toreros, putas, chaperos, Cela, regionalismos de su pueblo, aldeanismos y chulería madrileña, gracia en bruto, whisky, madrugada y caló”.
Merodeaba por Pradillo, despacio, enfermo de melancolía, recordando las redacciones de alcohol, tinta y tabaco negro que jamás volverán. Un escribidor de periódicos. Inventor de la Costa Fleming y de Bambi (ZP). Juega al golf en Marbella trazando imaginarios desnudos de verano para la última página del periódico. Prosa “personal y violenta” (Umbral). Mataría por un epíteto. También por una exclusiva.