Por la noche salimos por el centro. Acabamos en el Casanova, sentado en un taburete, junto a la barra del bar, mientras veíamos a personajes pretéritos y pensando más en el domingo que en la noche que vivíamos. Me levanté sin resaca. Compré cinco periódicos. Tiré kilos de papel a la basura, diarios acumulados en un rincón de la guarida. Vi empatar al Málaga. Me reí con Aída y las gracietas de Juanjo. Terminé el fin de semana leyendo a Javier Marías en el EPS. La invasión turística de las ciudades. Quedan días de verano, que lleguen ya, aunque haya que escribir y trabajar a destajo. O descansar mirando el azul marino.
Quedan días de verano
Compré Chesil Beach, de Ian McEwan en Luces, que cumplía cinco años. [Felicidades, Pilar. También Pedro, que presentó un libro el jueves.] Fue el sábado por la mañana. Vestía con atuendo playero. Bermudas, polito, gorra… Juan Pablo y yo buscábamos Estambul, del Nobel Pamuk, el autor de Nieve, la novela que tocó comentar el pasado jueves en el Club de Lectura de Cincoechegaray. Al final McEwan ganó a Pamuk. «Los libros amarillos de Anagrama nunca fallan», proclamó JP.
En el Muelle de Heredia nos montamos en un autobús -como en los adolescentes tiempos- rumbo a La Araña. Día luminoso y potente. Llegamos a la casa, frente al mar, junto a la playa, a eso de las 13.30 horas. Víctor tenía preparada la leyenda -cierta, ciertísima- del catamarán y la noticia -totalmente inexacta- que se publicó en un periódico de la ciudad. El antitrión preparaba un salmorejo que nos hizo probar. Yo no. Prefiero reservarme a la mesa.
JP y yo pusimos el mantel de flores. «Éste le gustará a las niñas», le dije. Merodeé en la habitación de Víctor. Encontré el libro de Segundo de BUP de Lengua Castellana de Lázaro Carreter, aquel azul con biografías de escritores. Había trenes en miniatura. También cintas de Modern Talking y música de fondo del MP3 con sonidos Madonna True Blue.
Las amigas sevillanas de Víctor. «Estamos de paso, no somos nada», un latiguillo un pelín fúnebre, pero que entre risas y échame un pelín más, por favor, se convirtió en un continuo festín de la alegría. Más amigas y gente que venía con bebidas para la sobremesa. La barbacoa salió estupenda. A Víctor le gustaron los regalos. Yo era el único valiente que llevaba bermudas, listo para inaugurar la sesión de baños veraniega. No pudo ser. Me volví a las siete y media en el nuevo coche de Joaquín tiritando de frío tras mirar la edificación más alta de Málaga.
POR fin los papeles andan reflejando un debate que siempre quise plantear. Se habla en estas fechas mucho de reinventar la ciudad, de regenerar la mole extensa de piedras a la orilla del mar y disfrutar de callejuelas y bulevares. Una cuestión que puede relacionarse con la pasada celebración de la Noche en Blanco, de la que aún perduran los ecos y que ha conseguido algo: hacernos soñar con lo que, con un poco de esfuerzo ciudadano, pudiera llegar a ser esta ciudad que se obceca en la Capitalidad Cultural cuando, todavía, no ha solucionado los últimos parches de su maltrecho espíritu urbano.
Queda el regustillo amargo de la Noche en Blanco que vivió esta ciudad, en la que, como en la canción Fiesta de Serrat, fuimos moderadamente felices hasta que al sol le dio por salir, y el espejismo de Europa se desvaneció entre el chaparrón tardío de mayo que a los culturetas empapó de estoicismo y sabia desesperanza.
La Noche en Blanco, sí; la venían exigiendo los de la tribu del palabrismo y a Málaga le regalaron por mayo una vigilia insomne de museos abiertos que desafiaban al tabernero y al niñato etílico. Fuimos Europa cuando el arte se hizo nocturno y la lorquiana oscuridad se enredó entre quienes supieron ver una ciudad que nos reconciliaba con las vanguardias y la esencia etérea de la cultura. Entre el barroquismo de las fachadas y el suelo marmóreo del centro se aspiraba, aunque sólo fuera efecto de trasnochar, a un europeísmo que, si acaso, sólo sentimos contemplando esta ciudad desde las alturas.
Queremos ser Europa, y no hay duda de que lo estamos consiguiendo; aunque, más allá del empeño político, más allá de que los poetas pidan recuperar la ciudad como complemento al alma, hay aspectos ínfimos que impiden esa meta final de convertir el Parque en Hyde Park y la desembocadura del Guadalmedina en una ría bilbaína, más mediterránea y menos herrumbrosa.
Falta camino para la Capitalidad, algunos senderos escondidos por los que hemos de transitar. No es nada desdeñable la cantidad de museos que jalonan Málaga, pero para la cultura, para la cultura con mayúsculas, no es suficiente con un programa de exposiciones bien completo. No, una urbe que aspira a ser capital europea de la cultura precisa de un nuevo modo de entender el ocio: civilizando el tiempo libre. Varias son, pues, las soluciones que salen al paso para que el objetivo de ser el faro de la Europa cultural llegue a buen puerto.
Resulta ideal que una noche al año los museos abran y los lienzos salten a la calle, sin embargo, para que se consolide la oferta cultural debemos recuperar el alma de ciudadanos activos, convertir la ciudad en espacio interminable donde las tertulias se mezclen con los bohemios y la otra Málaga nos enseñe sus costuras de dignidad. Es necesario aprovechar el bendito clima del que gozamos, y que las instituciones pertinentes, de una vez por todas, acaben con esa norma incomprensible de echar a las dos el cierre de las terrazas, pues es bien sabido que en ellas late el aliento de la urbe, su creatividad.
Hay, por así decirlo, una negación del espacio público de la ciudad en el sentido de ágora, como bien acertó a diagnosticar el maestro Álvaro García. La villa va necesitando de noche, de alegría incluso, y eso no se consigue más que trasformando algunas costras de la personalidad urbana que pueden ser modificadas sin grandes tragedias, como el poner una tapita gratis con la bebida o promover pubs donde poder disfrutar de buen jazz.
Vivimos, salvo excepciones en el calendario, una perpetua negación de esta ciudad que pretende desde las altas instituciones tener ínfulas de Alejandría. Al malagueño la cultura le resulta algo burocrático, muy lejos del matiz esencial de ocio que las actividades del intelecto han de poseer.
Toda esta movida de la Ciudad en Blanco, creemos que contraria a la ciudad automática de Camba, lleva a cuestionar muchos vicios nuestros que, por decirlo de alguna manera, confirman el no de la ciudad: la falta de cohesión o, incluso chauvinismo, que sólo demostramos de manera excepcional en las fiestas de guardar.
El problema del desapego del malagueño de la cultura no responde a la ambición de los políticos, cuya implicación ha sido absoluta y generalmente intachable en cuanto a vivir la capital concierne; debe ser cada malagueño quien sea capaz de imaginar una nueva ciudad, de dignificar con creatividad las cuatro esquinas cotidianas y convertir, de una vez por todas, la ciudad de Picasso en un botellón de las artes y las letras.
Las ciudades del continente languidecen en la pálida niebla centroeuropea mientras que aquí la vida tiene el extraordinario sabor del Pimpi Florida: aprovechemos eso, inventemos una ciudad nueva: pongamos el fervor del Jueves Santo en crearle a la ciudad un alma festiva, liberal, culta en suma. Es cuestión de todos que nos amanezca por el centro recitando a Bécquer y nos pongan una tapa por cada bebida. Es, incluso, una prioridad cívica.
2TIPOS
Este artículo que acaba de enviar es obra de Jesús Nieto. Se ha publicado hoy en Málaga Hoy y se titula: «Felicidad entre ladrillos»:
http://www.malagahoy.es/article/opinion/144653/felicidad/entre/ladrillos.html
Me ha encantado tu relato.
Fresco fresco.
¡Ese estilazo!
Un beso
pues sí.., que lleguen ya los días de verano., aunque sea para contemplarlos tras los cristales de una oficina…, y sólo ver el azul piscina.., pero siempre quedaran los fines de semana para disfrutar del esperanzador verde de los pinos…, que es el remanso de frescor y paz para quienes sufrimos y vivimos «la capi»..
y ya se encargará Amaral una vez más de recordarnos que de aqui a unos meses «no quedan días de verano».., pero para algunos se acercaran el principio de las vacaciones..
a disfrutar el verano.. quien tenga la fortuna de vacaciones.. y el resto.. tras los cristales de la oficina..
Tranquilas, llegarán los días de verano. Seguro. Y a disfrutar, vosotras que podéis, de la Bahía isleña y los pinos segovianos.
bueno, creo que tanto la bahia de Palma como los pinos segovianos reciben a los visitantes con los brazos abiertos.., tú tambien puedes disfrutar su imagen.. , esperandote estan..jajaj