– Ven a mi guarida-, me invita a su lugar de trabajo.
Allí está la sala que tantas veces vi fotografiada, este cuarto piso de un piso de Rincón de la Victoria. La máquina de escribir. Los libros de poesía que le arropan la escritura. Y el mar perenne al fondo, que acaricia sus letras.
Llaman por teléfono. “Te esperamos abajo”. En el ascensor, tras dejar la luz encendida del salón para que haga compañía a Rulfo, me cuenta la historia de un sanatorio de animales. Nos recoge Manolo Rincón. De camino, paramos en su casa de campo/playa de Almayate. Tiene gallinas que se suben por los árboles, asustadas por los fierosos perros. Y Fenicio, el burro-mascota que viajó a la calle Goya de Madrid.
Hablamos, subidos a un Mercedes negro, de Galiana y su decadencia, de cómo los países comunistas proscribieron al boxeo profesional y apostaron por un falso amateurismo por el prestigio de las medallas. Militarizaron el boxeo.
«La profesión más triste es la del sparring, el que sirve para pegar. En los entrenamientos se dan palizas muy desiguales». Más de boxeadores: «Mando Ramos no se entrenaba, era muy golfo. Empezó a boxear demasiado pronto. Todo el peso lo tenía de ombligo a arriba y con las patitas muy cortas».
Ya son las nueve menos diez y es hora de ir a la velada de boxeo.
Juan Luis Bueno, director del Diario de la Axarquía, que prepara su tesis doctoral sobre Raúl del Pozo, nos recibe en la puerta del Pabellón Municipal de Vélez. Una señorita brasileña, mulata bronceada, con bikini, tacones rojos de aguja, es la encargada de mostrar los letreros de cada uno de los asaltos. “¡Rubia!”, le gritan.
“Este deporte no me gusta, me apasiona”. Manolo solía ver los combates desde el Ring-Side file 2, no en primera fila. “No me gustaban que pasaran delante de mí”. Empieza la velada con aficionados: cuatro asaltos de dos minutos. Juan Luis le recuerda una frase que decía Alí: “Lo malo no es caerse, lo malo es no levantarse”.
El ring está iluminadísimo. “Esto debería estar en penumbra y que un potente foco resaltara el ring. La emoción del boxeo es una isla cuadrada e iluminada”. Manolo recuerda que Alí lanzaba golpes al rostro y que él sí que tenía un repertorio de verdad. Se movía como un peso ligero. ¿El mejor combate? Tiene en su casa 300 vídeos de peleas. «Quizá el mejor fuera Ray Sugar Robinson, un peso medio que medía 1,80. El peso medio es el más completo porque reúne potencia y agilidad. Es la división reina. Urtain al tercer asalto estaba ya desfondado, abría la boca. En boxeo importa mucho la precisión».
El público jalea: “¡Tuyo es, valiente!”. O como en Campo del Gas, cuando gritaban: “Queremos sangre”. No lanzan golpes al estómago. “Es como si el estómago no formara parte de la anatomía humana”, ironiza. «Un golpe bajo peligroso es debajo del globo ocular», precisa Manolo.
Un boxeador telegrafía el golpe. El entrevistador de Velevisión le pregunta en cada final del combate cuál es su opinión de la pelea. Dos chicos están en el cuadrilátero. Combate nulo. “Ha sido un combate equilibrado”. Alcántara: “La mejor redención del boxeo es alejar a la juventud de los malos caminos”.
Quiero comentar con Manolo la importancia de la fotografía. Nos retrata Jesús Hurtado, que fue colaborador de Deportes en Diario 16 Málaga. También ejerce de reportera gráfica la hija de Marcelino Méndez-Trelles, promotor de la pela. “Manzano fue el mejor fotógrafo con el que trabajé en Marca”. Fue el que cazó a Galiana saliendo de la Plaza de Toros de Las Ventas, a hombros, todavía con un guante puesto. “La fotografía es una mirada, acertar con el momento”.
¿Qué golpes son los prohibidos? “Golpear a los riñones no es un golpe lícito. Lo hacía Ray Sugar Robinson, que simulaba un gancho al hígado”. Manolo sentencia: “Para convertirse en un gran boxeador hay que ser algo sucio”. ¿Le pasa igual al reportero?, le pregunto: “Está en la frontera”.
El entrevistador de Velevisión precisa que esos dos boxeadores están trabajando en el cuerpo a cuerpo, como lo hacía Joe Frazier. Otro combate nulo. “No soy partidario de los nulos. Siempre ha habido un golpe de más”.
El público. En sus crónicas en el diario Marca Manolo Alcántara siempre se mostraba muy crítico con el público. “El público es muy inexperto, jalea cada golpe”. Otra frase sentenciosa, de las que le gustan al Maestro: “Son profesionales, pero tienen que aprender mucho de la profesión”. En la siguiente pelea, todos apoyan al boxeador Tsunami, un tipo calvo, de treinta años, cuya novia, una morena teñida, le fotografía con su diminuta cámara digital japonesa. Otra vez el público. Esta vez una ocurrencia “Parece que el Tsunami se va a convertir en ventisca”. Tsunami pierde. No habrá recibido menos de 500 golpes.
El último combate. Roberto Santos, el ‘Tigre’ de Benidorm frente a Frank Oppong, natural de Ghana y residente en Málaga. Música de la película Rocky. Salen disfrazados. La novia de Santos es una rubia con las tetas operadas que fumaba Marlboro en el descanso del combate y parece que es porteña, de Buenos Aires. “¡Vamos, Tigre!”, “Cari, muy bien”, “Va, Tigre, va”. “Bien, tanteando”. “Déjale que juegue”. Oppong va buscando la descalificación. Arrolla. Le empuja. Contra las cuerdas, a punto de caerse, un tipo con una escayola le propina un puñetazo a Oppong y entonces la novia, la de las tetas operadas, le dice «¡Sinvergüenza!». El árbitro suspende el combate. La pelea la gana el ‘Tigre’ de Benidorm.
¿Y la velada? «Me ha recordado mucho al boxeo».
“Esto debería estar en penumbra y que un potente foco resaltara el ring. La emoción del boxeo es una isla cuadrada e iluminada”.
Verás esta imagen en El Enigma del Búho…
Gracias por el hallazgo.
😉
Gracias a ti, Manolo, por tu comentario y por estar escribiendo audiovisualmente un brillante documental de periodismo y vida.