Me atraganté otra vez con las uvas. Aún con la última en la boca, tomé el abrigo y salí a la terraza. Solo, debajo del Puente de los Americanos, el coche rojo había apagado el motor y las luces. Con emergencia, brindé por él y por su chica, la que conoció en ese lugar. Aquella manifestación de la libertad. Ella, él nunca lo sabrá, está aquí, al otro lado de la carretera, ebria de mí.