Carmen Rigalt publica hoy en la última de El Mundo un Testigo Impertinente sobre el periodismo. Enfoca su texto (lúcido, directo) en la crónica firmada por Jacobo G. García, corresponsal de este periódico en México, el país donde viven tres de mis mejores amigos. Amistad siete estrellas. Los tres también periodistas (Alberto Cabezas, David del Río y Antonio Soto). A los tres nos une Salamanca. Y conocen muy bien Málaga, aún siendo de Cáceres, Jaén y Ponferrada.
A Alberto le conocí en Toranomon, una tarde de noviembre en Toranomon, el distrito financiero de Tokio. Cada vez que viene a España me reservo al menos un día (si son dos o tres resulta un festín) para vernos y charlar con tranquilidad.
Con Antonio confraternicé en una charra fiesta universitaria y luego, con algunos intermedios vitales, seguimos cultivando ese noble arte de la amistad. Lleva dos meses en México DF y ya se va adaptando a la vida de la megalópolis, tras su paso por Málaga.
David, compañero de clase de la Facultad en la Ponti salmantina, es un saltamontes de la vida. Con seguridad el amigo más cercano que he tenido con más pasión por el periodismo, por el auténtico: el reporterismo. Y por el cine reflexivo, intelectual, profundo.
Podría escribir de cada uno de ellos cientos de posts, pero ahora estamos para hablar de la guerra de los corresponsales.
Extraigo algunos párrafos que valoro del artículo de Rigalt, también amiga (en agosto pasado me citó en su crónica veraniega):
«La prepotencia es inherente al periodismo, pero se nota más entre los corresponsales de guerra. A elllos les presuponemos el valor, como a los soldados. Si un un corresponsal no tiene ‘cohones’ (o tiene los justos, o sea, dos), enseguida cría fama de hacer las crónicas desde el hotel».
«Hay que ser de una pasta especial para moverse en los escenarios de conflicto. Tener estómago, coraje, incluso inconsciencia».
Aquí el artículo de Rigalt.
Y la nutritiva crónica de Jacobo (Imperdonable que te la pierdas):
El análisis de Carlos Salas:
«Lo jugoso es que habla de ellos, los periodistas enviados especiales a Haití, sin cortarse un pelo: irresponsables, miedosos, exagerados…».
La versión de Ramón Lobo:
«La persona que escribe el texto no cuenta cómo ha llegado allí ni que hace en el aeropuerto escribiendo sobre los demás y no sobre los haitianos. Salud».