Allí estaba, arriba, en el escenario. 84 años de sabiduría y gracia. Ana María Matute comparte charla con otra Ana María. Moix, la hermana de Terenci. Matute tiene ganas de vivir. Y de contar historias, travesuras de la niña buena. Ficciones infantiles de la nina que es.
Matute no escribe todos los días. Ni es articulista. Ni jamás ha sido periodista. Ella escribe cuando siente una necesidad. Incapaz de escribir un poema en su vida, ama la poesía y en su guarida barcelonesa no deja que entre nadie. Allí están sus libros, sus manuscritos, un universo de creación que ella pilota con una máquina de escribir eléctrica que engatilla -con dos dedos– cada vez que se adentra en una historia.
La escritora, que no entiende la figura del escribidor, aquel escritor que lo hace a diario o el que planea con mapas y esquemas las novelas (estilo Vargas Llosa), siempre ha sabido cuál sería la última frase de una ficción. La primera línea de la historia le cuesta más, infinitamente más. La maga de las letras no quiere que nadie fastidie la tradición de esos cuentos maravillosos. [A mí jamás me ha gustado la reescritura de algo que ya funciona: prefiero siempre la versión original. ¿Soy (ya) un antiguo? ¿Quizá un clásico contemporáneo?]. La imaginación, al poder supremo. «Inventa tú; no estropees lo que está bien hecho», cuenta Matute. Pura fantasía.
Una señora del público tiene la esperanza que se puede empezar a escribir siendo mayor, no como ella que empezó a publicar muy joven, cuando gozaba de amores prohibidos («en aquella época todos los amores eran prohibidos»). Ahora se queja de los hombres. «¿Por qué no se lanzaron antes?». Y especifica, con naturalidad, cuando habla de Julio, que era su marido. «Julio, el bueno. El bueno es el segundo».
Fue en el ciclo Vidas cruzadas, del Centro Cultural Provincial de Málaga. La aplaudimos. La homenajeamos. Las Anas Marías viajaron a las bambalinas.
Matuteamos de lo lindo.