– ¿Ha venido la rubia?- le pregunto a bocajarro.
– Pasopalabra- contesta.
Jesús Nieto no quería responder si había aterrizado su Estefanía. La rubia hiperpija, argentina, la rubísima de El año de la rubia, una rubia de bote ensimismada, esa rubia que dinamitó las noches madridís de la generación del botellón.
El «corazón desnudo literario» de Nieto (así lo entrecomilla Álvaro García en la presentación) gasta 24 otoños quiere dar una buena patada en el culo al jodido invierno que ha dinamitado pasiones. Nieto imitó la voz de Loquillo y del rey del tropezón en su estreno novelístico (85 páginas). Fue el viernes y allí medio centenar de almas bebieron literatura, enjuague de mortalyrosas bañado del pijoaparte Marsé de Últimas tardes con Teresa y el Soler de El Camino de los Ingleses. Nieto que palpa el tiempo, como Eugenio D’Ors.
– ¿El espanto puede dar lirios?- se preguntaba Umbral.
Versión Nietista:
– ¿Las calabazas pueden dar rosas?
Esta introspección de sus demonios interiores, una mezcla de géneros extraña, manierista, barroca, coherente consigo misma (según el autor), una literatura por la que siente rubor. Porque para Nieto escribir es un oficio de samurái (Dragó).
Aquel episodio fue un funesto presagio de todo cuanto fuese a acontecer el verano de la rubia, el del fin. El infierno iba a cercarme con su abrazo cotidiano. La muerte, la desgracia, el lado oscuro de la vida se esconderían tras las esquinas de mi calle, bajo mi cama en las noches insomnes, en los hielos de la copa de Estefanía o en cualquier rostro con que me cruzase una noche en la Merced.
El ciclista de Pedregalejo, ese periodista multisabio de tradición literaria-periodística, ya tiene novela. Escribe la dedicatoria con mayúsculas. No sé si tiene perro.
La rubia apócrifa brilló en el salón de fuego.
Y anduvo por Embajadores hasta dar con una pensión barata donde pudiera apuñalar metáforas…