Sin alcantarillado. Ni agua corriente. Tampoco depuradora. No existe servicio de recogida de basura. Apenas dos caminos de asfalto. El resto, de tierra. Entrar en El Palmar supone retroceder veinte o treinta años atrás, cuando la mayoría de las playas de Cádiz, una de las provincias con las arenas más limpias y amplias de toda España, eran vírgenes, salvajes, naturales. Sensuales.
El Palmar, de siete kilómetros de extensión, está amenazado, en peligro de extinción. Treinta y nueve mil miembros de un grupo de Facebook se manifiestan contra un macroproyecto hotelero que aseguran destruirá el potencial de la zona. Para otros esta construcción supone un símbolo del progreso y la solución al 30% de paro: en una población de 12.800 habitantes, 2.500 personas están desempleadas.
La Tinta de Verano que sirvo hoy en El Confidencial.