Mucho antes que Robert Redford se convirtiera en Robert Redford, el joven de Santa Mónica (Los Ángeles) circulaba en moto por el pueblo más pintoresco de la Costa del Sol. Corría 1966. En el paraíso del burro-taxi todavía se conserva su vehículo.
El incipiente actor no acudió a la provincia malagueña para interpretar una película de la época. Quería cumplir un sueño: dedicarse a la pintura. Podría haber optado por otros escenarios, localidades vecinas del turismo de masas, pero acogedoras repúblicas independientes del arte: Deià en Mallorca o Cadaqués en la Costa Brava. Eligió Mijas.