Por aquel entonces yo era periodista en la redacción central de El Mundo en Madrid. Pertenecía a la sección Nueva Economía. Desde mi etapa en Japón como corresponsal freelance (también para El Mundo) mantenía muy buenos contactos con las embajadas asiáticas, sobre todo las de Japón, China, India y Corea. Asistía a sus recepciones, fiestas y conferencias. Incluso algún embajador (como el de Malasia) me invitó a comer personalmente en un restaurante cerca del Bernabéu.
Unos meses antes del verano de 2001 (en julio viajé a Japón para escribir reportajes en Tokio, Hiroshima y Nagasaki) contacté con la Oficina Económica y Cultural de Taipei, la ‘Embajada’ oficiosa de Taiwán en Madrid. En la Torre Rioja, justo al lado del famoso Txistu, el lugar favorito de comidas y cenas de los jugadores del Real Madrid, me confirmaron que me invitaban una semana a Taiwán. ¿Para cuándo? Me fui el 10 de septiembre de 2001. Mi misión era visitar empresas, entrevistarme con políticos, economistas y profesores de Universidad taiwaneses. Luego con ese material escribiría historias para el periódico.
Me alojé en el hotel Hyatt, uno de los mejores rascacielos de Taipei. Un día después, en la mañana del 11 de septiembre de 2001, un tifón empezó a inundar la ciudad. Parecía el Apocalipsis según Taiwán. Me quedé corto. A primera hora de la noche -hora asiática- entré en la web de www.elmundo.es Había una alerta de incendio en las Torres Gemelas de Nueva York.
Seguí un rato pegado a la pantalla del ordenador. Luego me subí a la habitación. Enchufé la CNN y repetían a cada instante el impacto del segundo avión. ¿Qué carajo se me había perdido en Tapei? El Hyatt se convirtió en una cárcel de oro. Estaba en la planta veintitantos. La luz se fue del hotel. Miré al exterior y la calle era un Amazonas de asfalto. Zapeé y me encontré con Perdita Durango, la película de Álex de la Iglesia. Más violencia, más muerte, más destrucción. El fin.
Llamé a la redacción y pude hablar un rato con Fernando Múgica, redactor jefe de Internacional. «Cuídate, chico», me pidió Múgica, un enorme periodista. Avisé a mis compañeros de Nueva Economía y quedé en enviarles un texto sobre el impacto del 11-S en la economía asiática. «Asia ya vislumbra la tormenta», escribí.
En la mañana del 12 de septiembre el tifón comenzó a flaquear. La intérprete me recogió en el hotel a las 9 de la mañana. Teníamos una entrevista con Thomas Yeh, secretario general del Consejo de Planificación Económica taiwanés. ¿Qué hacía yo hablando con Yeh de Taiwán y Asia en vez de estar empapándome del frenesí informativo de la redacción?
En ese viaje conocí una cultura extraordinaria como la de Taiwán, la antigua Formosa, pero cada vez que pienso en esos días me veo mirando el efecto del tifón Neri y cómo se destruía el símbolo de la contemporaneidad neoyorkina. Fue desde un rascacielos de Taipei, aquella opulenta cárcel de oro desde la que observé con zozobra e inmensa soledad cómo cambiaba la Historia.