Juan Francisco Trujillo lleva una semana sin aparecer por su casa de color albero de dos plantas, ubicada en la calle Madreselva de Llanos del Sotillo, una pedanía de Andújar (Jaén) de apenas 300 habitantes. El chófer, de 46 años y con una hija de 20, continúa en paradero desconocido. Desde que tiró de la manta en la comisaría de su localidad los vecinos ignoran la localización de quien se ha convertido en el conductor más famoso de España.
Esta es la historia, aún con varios capítulos por estrenar, de Rinconete y Cortadillo en la Andalucía de los falsos EREs. El ex director general de Trabajo y Seguridad Social, Francisco Javier Guerrero, quien destapó el fondo de reptiles de 700 millones de euros, y Juan Francisco Trujillo Blanco, el chófer de la cocaína, dilapidaban los fondos de los parados andaluces en juergas, alcohol y polvo blanco, es decir, en coca. Habían formado una sólida joint-venture en la Consejería de Empleo de la Junta de Andalucía (que, en última instancia, pilotaba Manuel Chaves) que ha generado el mayor escándalo en los 30 años de hegemonía socialista.
El protagonista inesperado de las falsas prejubilaciones conoció a Guerrero en 2001. Antes había sido chófer de la Delegación de Economía de Jaén. Ambicioso, muy pronto el volante provincial se le quedó pequeño. Decidió dar el salto a Sevilla y, durante siete años, cambió su ritmo de vida y se aprovechó de la falta de control interno de la Junta. Todo saltó por los aires en febrero de 2011 con la investigación de la juez Mercedes Alaya, titular del Juzgado de Instrucción número 6 de Sevilla.
El caso de los falsos EREs, el más claro ejemplo de la Andalucía del santuario del derroche autonómico, cuenta con Guerrero como diseñador clave y con Trujillo como ejecutor fiel de la doctrina del trinque. El chófer cantó el 15 de diciembre en la declaración ante la Policía: confesó haber utilizado parte del dinero para comprarse un terreno en la sierra sevillana y un piso en la calle San Luis de la capital andaluza. Dos subvenciones de 450.000 euros cada una. Y no es todo. La mayor parte de las subvenciones percibidas, según contó, se empleaban en cocaína, “fiestas y copas” para el dúo.
Un engaño diseñado entre copas
Como los salary-man japoneses, que salen todas las noches con sus jefes a emborracharse sin fin tras terminar su trabajo, Guerrero y Trujillo salían cada día a tomar copas por la siempre concurrida noche sevillana. Entre cubatas y música, diseñaban el monumental engaño. Una tarde, tras dejar aparcado el vehículo oficial de la Junta, Guerrero le explicó a su subordinado el modus operandi tomando un trago: “Yo reparto el dinero para ayudas sociolaborales y no tengo necesidad de justificar nada”.
Guerrero ahora quiere volver a su plaza de funcionario de la Junta. Desempleado, su mujer se ha tenido que poner a “vender seguros”. La Administración andaluza aún no ha contestado a su petición. Mientras, Trujillo, aficionado a la literatura, quizá esté volviendo a repasar el final de una de las más famosas novelas ejemplares de Miguel de Cervantes para saber cuál será el inevitable epílogo de su dúo de pícaros, esta versión posmoderna andaluza de Rinconete y Cortadillo en los tiempos de los falsos EREs.
Este es el enlace de la historia que he escrito en El Confidencial.