Los habré visto una decena de veces. El del sábado fue el más épico, vistoso y emocionante que recuerdo. El concierto de Danza Invisible. 30 tacos. En la Sala París 15, tan acogedora por dentro, tan fría en sus alrededores, Javier Ojeda y su tropa demostraron por qué ofrecen el mejor directo. Si tengo que elegir una escena fue el reencuentro de la batería de Ricardo Texidó en Sueños de intimidad y El Club del alcohol, la canción/himno de toda una época.
En París 15 no había casi nadie de menos de 35 años. Los abuelos de Málaga tuvieron mucho trabajo con los nietos la noche del sábado. Vi rostros perdidos en el desván de la memoria. Cuerpos eléctricos al son de El brillo de una canción de hace dos décadas, de aquellas noches de Pedregalejo en Bobby Logan, Zona y Rantamplán. Sin aliento me quedé ante Diez razones para vivir. Era Música de contrabando, sin trucos ni mentiras, como el abrir la ventana y ver el mar del sur de España…
Aquellos años en los que nos enamoramos de un sonido diferente, que era de Málaga, pero no localista. Aquella Danza que puso la banda sonora de aquella juventud primeriza, urgente, el Sabor de amor como el de El pintor y la modelo. Ya me voy… Y volveré, y volveré… Para escucharles al amanecer de este lado de la carretera de Almería. En la calle donde vivo, la luz del sol ya llega…
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Aquí adjunto la crónica que publiqué en este blog del concierto de los 25 años. Fue en el Teatro Cervantes, febrero de 2007.
Aquí adjunto la crónica que publiqué en este blog del concierto de los 25 años. Fue en el Teatro Cervantes, febrero de 2007.