Ya desde febrero, escribía su carta de despedida cada vez que abría su taquilla del vestuario blanquiazul. En julio cumpliría 36 años. Y a Ruud Van Nistelrooy no le apetecía una aventura futbolística exótica como la de Raúl González, su gran amigo y exsocio en el área. El primer aviso llegó a finales de octubre cuando Manuel Pellegrini le sentó en el banquillo en el partido con el Real Madrid. Ahí se empezó a dar cuenta de que no sería el jugador franquicia con el que había soñado la afición. Cambió el rol y fue su triunfo personal. Y el del equipo: por primera vez el Málaga entró en la Liga de Campeones.