Cuarenta grados en el Circuito Ascari de Ronda. En el asfalto huele a humo, como en la canícula de Manhattan. Hay que ponerse el mono y el casco. “Si estás bien, hazme el gesto del OK. Las manos abajo si quieres menos velocidad. Si quieres que paremos, haz la señal del aspa y paramos enseguida”. El Radical blanco SR lo pilota Roger Morback, de 46 años, un conductor sueco hiperexperimentado (13 temporadas de piloto profesional) que lleva de los siete años viviendo en la Costa del Sol. “¡Vamos!”. Arranca el motor. La bandera verde abajo. Ya no hay posibilidad de vuelta.
Enseguida una recta. Más de 100. 140. 160. ¡200! Y ahora una curva a 220 kilómetros por hora. La cabeza viaja de izquierda a derecha. La mandíbula se mueve, como si fueras montado en un biplaza imaginario de Usain Bolt que recorriera 9,63 segundos en 100 metros lisos. Quieres parar. Roger te hace la señal de OK. Pues OK. La velocidad es increíblemente endiablada. ¿Cómo demonios se puede tomar una curva así, de esa forma? Lo malo no es dar una curva a 220 km/hora, lo malo es darlas tantas veces seguidas (¡son 26!), una suerte de montaña rusa a ras de suelo, trepidante, que engancha desde 2004 a los fanáticos de los coches de carreras.
El holandés Klaas Zwart, de 60 años, creó este circuito (donde el 80% de la clientela es extranjera: procedente de países tan remotos como Japón, Tailandia o Islandia) casi escondido de la carretera entre Ronda y Campillos. Una barrera de seguridad abre las puertas de un recinto que incluye un club social donde hay restaurante con buffet, unas tumbonas para tomar el sol y una pequeña piscina para los que esperan a que su padre, marido o mujer terminen de gastar gasolina y probar un Lotus, BMW, Radical o, los más osados, un Fórmula 1, como el que el pasado viernes a las 13 horas conducía el dueño Zwart por pura diversión y disfrute (aquí puede haber piques, pero no hay apuestas).
En tres días se puede aprender a conducir un F1. Eso sí, hacen falta 60.000 euros, el mismo precio que cuesta hacerse socio por cinco años. Si se quiere uno apuntar al Ascari por una década hay que desembolsar 90.000 euros. La inversión en el circuito se elevó a 50 millones de euros en el periodo 2000-2006. El mantenimiento (hay 26 personas fijas en plantilla, aunque para los eventos el personal se puede elevar a 80 personas), cuesta “varios millones de euros al año”, según el gerente, Melchor Durán, que también fue el project manager del circuito.
El coche de Michael Schumacher
Lo que más atrae a la clientela del Ascari es la longitud del trazado (el tercer más extenso de Europa, con 5.425 metros de pista) y una recta de 470 metros. Por eso hay clientes como un empresario de Chicago que tiene preparado su coche en el aparcamiento o un cliente que compró el coche con el que Michael Schumacher ganó el campeonato del mundo de 1995 con Benetton.
El circuito es muy difícil de pilotar. Tiene continuos cambios de rasante, y curvas tras curvas con un peralte que alcanza un 17,6%, “esa parte de la belleza del desafío” que cuenta Roger Morback mientras apura el primer plato del buffet antes de empezar a diseñar las vueltas que darán un grupo de amigos de Bilbao de vacaciones en Marbella y que van aprovechar varios jueves y viernes para disfrutar de la adrenalina de la velocidad y el ruido intenso del motor.
El complejo se ampliará con una construcción de un pequeño hotel cuya inversión costará 35 millones de euros. Muchos de los clientes (como lo hacen ahora) llegarán en helicóptero, gracias al helipuerto anexo a la instalación, vía Málaga, Marbella o Sevilla. Schumacher, Fernando Alonso o cantantes como Jamiroquai han probado el circuito. “Aquí no se descuida nada. Todo tiene la calidad elevada”, señala María Terroba, directora del club, de 25 años, mientras abre puertas con el sistema handscam de reconocimiento epidérmico patentando por el dueño de Ascari. El termómetro alcanza fuera ya más de 40 grados. Las 26 curvas esperan al grupo vasco. El Radical enfila la recta. A 220 kilómetros por hora.
La Tinta de Verano del lunes en El Confidencial.