El fistro pecador de la Pradera dibujó un camino sin retorno. La decisión de fichar a Chiquito de la Calzada como pregonero supuso un cambio de modelo en los pregoneros de la Feria de Málaga. Antonio Soler, Manuel Alcántara o Rafael Pérez Estrada intentaron destruir ese mito que pesa sobre cada uno de los voceros de la fiesta: “Por vuestros pregones seréis juzgados”. Desde el ¡Hasta luego, Lucas! los pregoneros de esta fiesta heterodoxa de los sentidos han sufrido más vaivenes que la noria indultada in extremis por Seguridad Aérea y más maldita y polémica que la extirpada de la programación de Tele 5.
En una Feria que intenta no morir estrangulada por una masificación del Centro y la monotonía de la juerga previsible, mejor empezar por un monólogo. Paco de la Torre (si no son andaluces será raro que les suene su nombre. Información: es el alcalde de la sexta ciudad de España) le ha dado ahora por jóvenes que triunfan fuera del circuito local. Es lo lógico. La mejor manera para que un artista sea (re)conocido en la ciudad natal es haber triunfado en Madrid. Eso servía en la España de Francisco Umbral, cuando el escritor llegó al Café Gijón. También ahora. Si no triunfas fuera, no existes.
El humor no goza de muy acreditado prestigio. Lo más difícil es reír y hacer sonreír. Provocar un lloro o un espanto resulta a veces demasiado asequible para todos los públicos. Dani Rovira, el chico contratado como estrella por la TDT Paramount, ha luchado contra ello y se ha convertido en un monologuista respetado e imitado. Cuenta con media docena de clubes de fans en Twitter al cual más Rovirista. Su cuenta (@danirovira) alcanza los 420.000 seguidores.
“No voy a adelantar nada del pregón: tengo miedo a los spoilers”, cuenta el humorista a esta Tinta de Verano. Su pregón será de diez minutos y lo pronunciará en la Playa de la Malagueta, donde el año pasado dio su discurso festivo el cantante Pablo Alborán, el creador de las nostalgias futuras. Rovira acabó de escribir el texto el pasado lunes. Y apenas lo ha ensayado. Tampoco ensayaba nada cuando quedaba con sus amigos dos o tres días de la Feria. Su relato feriante, en el siguiente párrafo.
Dani Rovira tiene 31 años. “Pero fui más joven aún”, aclara. En 2001 empezó, con sus amigos que jugaban al baloncesto, una manera peculiar de entender la Feria (duró cinco o seis agostos), entre la juventud veinteañera de Málaga: equiparse todos los amigos con una camiseta e ir por las calles y plazas bebiendo Cartojal (un vino dulce peligroso: accede muy rápido al paladar y sube a la cabeza con idéntica velocidad). La llamada “cofradía de José Luis” homenajeaba a El Fary, el cantante. Llegaron a deambular hasta 150 colegas con la indumentaria faryeña. “Quizá todo empezó con Torrente 1, éramos gente que no nos veíamos en todo el año. Nos quedábamos en el Centro hasta la noche. Teníamos mucho aguante”.
Cuando se murió El Fary se equiparon con un polo negro, en señal de luto. Les faltó el brazalete.
Ahora Rovira apenas puede pisar la Feria. Hace un año ya supo lo que era la fama pos momentocamisetaFary y no disfrutar del anonimato. Quedó con un amigo en el Centro. La gente empezó con los saludos. Luego abrazos y besos. Un corrillo, un tumulto. Peligro en la calle Larios. Al final le cogieron del brazo. El revuelo que se montó será el mismo que intentará lograr hoy con su decálogo de la Feria. Uf. Ya ha contado algo del pregón/monólogo contra la monotonía.