Joseph Kabila no daba crédito. “¿El Incosol ha cerrado?”, preguntó el presidente de la República Democrática del Congo. La respuesta la había recibido vía telefónica. Su equipo de confianza se fue a comprobarlo. Llegaron a la urbanización Río Real, donde se ubica el emblemático hotel de Marbella. Sí, el Incosol llevaba cerrado desde finales de marzo. Kabila había vuelto a este establecimiento turístico tras su estancia en el Villapadierna de Ricardo Arranz. Le fascinaba mucho más la elegancia decadente del Incosol que las habitaciones de lujo de la morada de Michelle Obama en el verano de 2010.
El presidente congoleño no es el único sorprendido por el cierre del Incosol. Siguen llegando turistas con sus maletas que se presentan, sin haber reservado ni haber hablado por teléfono, dispuestos a someterse a una cura de adelgazamiento o una sesión intensa de SPA. Por el Incosol, inaugurado el 18 de abril de 1973, pasaron estrellas de cine como Deborah Kerr; Premios Nobel como Camilo José Cela o artistas como Salvador Dalí, en 1980.
Sus paredes encierran historias inconfesables. En su terraza se podía oír hasta la temporada pasada los acordes del My way de Frank Sinatra o a Felipe Campuzano interpretando sus repertorio de los ochenta. Los más optimistas creen en su futuro. Prefieren acogerse al ejemplo de Los Monteros, recuperado como hotel de lujo tras una larga agonía.
Quienes lo pasan peor no son los clientes que se quedan sin su lugar de vacaciones favorito, convertido para algunos incluso en un hotel-destino, sino los trabajadores. Hay 20 empleados que siguen acudiendo a su puesto de trabajo. Organizan turnos rotatorios y están hartos de cómo les ningunea la administración judicial. “No sabemos si nos conviene irnos o quedarnos. Estamos siendo víctimas de presiones. Nadie contacta con nosotros. Hacen caso omiso a las peticiones; pedimos un mínimo de respuesta”, lamenta José Antonio Ojeda, de 49 años, camarero en el Incosol desde 1997.
Ojeda ganaba 1.150 euros al mes. Lleva cuatro años y medio sin recibir puntualmente su salario. Ahora le deben un año de nómina. Lo último que cobró fue en abril: 50 euros. “A los dos directivos del hotel les pagaron 1.500 euros”, denuncia. “Vivo de la caridad y de los amigos”, confiesa este camarero que conserva intacta su altísima profesionalidad. No ofrece nombres de los clientes a los que ha servido cócteles. Tampoco cuenta anécdotas de los huéspedes.
El Incosol pertenecía al gaditano grupo Jale presidido por José Antonio López Esteras. En el verano de 2009 su división inmobiliaria ya se encontraba en concurso de acreedores. En septiembre de 2010, Jale presentó un plan de viabilidad para garantizar el funcionamiento del hotel, pero fue desestimado en mayo 2011. La empresa, sin embargo, recurrió la decisión al mes siguiente. Continúa pendiente de resolución. La juez Nuria Orellana, del juzgado mercantil número 1 de Cádiz, intervino la gestión del complejo turístico. Este grupo mantiene una deuda de 60 millones de euros con prestamistas, proveedores y plantilla. Tan sólo a sus 133 empleados les adeudan más de dos millones de euros.
Este año el presidente de Globalia, Juan José Hidalgo, se ha quedado sin las partidas de cartas que montaba con sus amigos de Salamanca en el Incosol, sin las tertulias de cronistas de la Marbella veraniega, donde se cazaban historias para las negritas del periódico, también sin más conferencias sobre la crisis económica como la impartida por Ramón Tamames en el verano de 2009 a la que asistió José Luis Gutiérrez (el Guti). Los veranos de Marbella se resisten al adiós definitivo del hotel donde llegó al morar el hombre más buscado en el planeta: Osama Bin Laden.