Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat.
El Mester de Piratería canta a estos juglares de los sueños rotos. Hace ya casi cuatro décadas Serrat triunfaba en Londres, en el mítico Royal Albert Hall. Sabina, en el Metro, el Tube, interpretando por el Nano para intentar “tocar el culo a una señorita, que entonces era muy trabajoso”. Ese era el truco de Sabina, por aquel entonces un mix “entre Chikilicuatre y Paquirrín”. El caso era emular a Serrat, que ya en esa época “estaba entre Maradona y Dios”. La réplica del catalán:
-Les puedo asegurar que de todas mis villanías, para tocarle el culo a una mujer jamás utilicé canciones de Sabina.
Canallas de la lírica y de la vida, talentosos, descarados, algo teatrales, bastante descreídos. Los pájaros contraatacan con sonido sabor “a lija”, como se definió Sabina, ése que canta. Y otra voz, más recuperada de la gira 2007 Dos pájaros de un tiro, la de Joan Manuel, el trovador de la Nova Cançó aliado con el poeta urbano de Madrid, aquel que recorre/recorría hasta el Marichalazo (el ictus que padeció en 2001) los tugurios de La Latina y Lavapiés que desembocaban en su refugio de Tirso de Molina.
“Señores y señoras; pájaras y pájaros, den rienda suelta a sus pasiones, empieza el espectáculo”. Después, hubo 2,45 horas de concierto. Tres bises. Sin límite. Tuiteos con el hashtag #SerratySabina. La del pirata cojo con cara de malo se mezclaba con ese Mediterráneo que el sábado, entre faldas muy cortas y lenguas muy largas, abrazó en Málaga a dos cantantes, uno con sombrero, el otro con bombín, picados en un escenario multiusos que agarraban “estrofas de ciento volando. Había una estética pintoresca, cambiante, a veces difusa, de sabor a Casino tragaperrero, Belle Epoque y de periódicos como El Noticiero Universal que no hablaban de aquella chica: El diario no hablaba de ti.
Estos hombres “no de hecho, sino de deshecho” organizan su función a su imagen (el exflacucho Sabina con barriguita, incluso) y ventaja: a los mandos musicales de la orquesta del Titanic capitaneada por Pancho Varona. Es el Titanic (como relata la voz en off de Marcos Mundstock) donde murieron millonarios de escasa fortuna como Guggenheim o… (¡atención spoilers! Absténganse de leer la siguiente línea si no han visto la película de James Cameron) Leonardo Di Caprio.
Sabina fuma en el escenario. Enseña los dientes maquillados. Y los espectadores de la Cofradía del Santo Derroche de entrega, la “ONG del aplauso”, ven cómo el artista de Pongamos que hablo de Madrid se equipa con una camisa a cuadros para cantar un blues del alcohol, “entre la cirrosis y la sobredosis”. Mientras, las princesas tardías de la noche de luna semillena quieren más malabarismos sorprendentes con las pelotas de Serrat, trovador de voz de terciopelo de “esos locos bajitos” y de canciones/poesías de Antonio Machado y Miguel Hernández.
Hay imágenes de la Guerra de Vietnam. También del dúo montado en un diminuto coche que parecía recién sacado de un parque de atracciones de la Costa. Fuera del concierto, en un bar decorado con matrículas de coches yankees y posters y fotografías ochenteros a lo Indiana Jones, tocaban Pacto entre caballeros. Y al final “porque amores que matan, nunca mueren”, no dieron ni las 10, las 11 ni las 12. Hasta la 1.15 no acabó este duelo de titanes del Mester de Piratería que no desean amor civilizado, sino que la noche pueda ser un gran día. Y mañana también.