Estuve 15 horas empotrado con Ramón Lobo. Quince intensas horas de reporterismo guiado por el mejor Maestro posible.
Me han disparado en Bosnia. Reconozco las balas de los francotiradores. Sé el valor de la amistad en una guerra. Pude morir en Sierra Leona o en Haití. Lloro por Sabina, la niña enferma. Todo eso le pasó a Lobo, pero es como si me hubiera pasado a mí y a los ocho compañeros de clase. Disfrutamos de un taller de periodismo de guerra este pasado fin de semana, en el Matadero de Madrid.
Lobo es todo pasión. Mueve las manos, se levanta de la silla y comunica con esos ojos de la maldita guerra, prístinos, vivos. Estoy obnubilado. Coqueteo ya con los 41 años y creo que tengo 19, acabo de escuchar a Arturo Pérez Reverte en la Ponti de Salamanca y aún me puedo convertir en reportero de guerra. Luego supe que no: tenía miedo a morir demasiado joven. Tampoco soportaría la sangre a borbotones, ni ese intenso olor a cadáver que describía Territorio Comanche.
Me he desquitado practicando cobertura de posconflicto (en Hiroshima, Nagasaki, Fukushima, Kobe…) en los tres medios nacionales para los que he trabajado: Diario 16, El Mundo y El Confidencial. Este taller me enseña a dar pistas a mis alumnos de Periodismo de la Universidad de Málaga. Ramón Lobo narra su experiencia de reportero en El País y expone continuos ejemplos. Sí, cuenta batallitas, y lo hace tan bien (con detalles, con color, como si tocaras esos personajes) que pareces sentir lo mismo que él. He pasado demasiado frío en Chechenia, he soñado con un baño caliente en el hotel Jolly de Trieste tras un mes en la guerra, sé lo que es pasar una Nochevieja entre tiros y temer a un secuestro de los talibanes.
En estas 15 horas (aquí el Storify de mi compañera Susana Morán) he disfrutado de un chute colosal de reporterismo. Cuando termina, tan pronto, todos seguimos preguntándole por todo. Me firma El héroe inexistente, que compré en el Vips de la Plaza de los Cubos una noche de invierno del recién estrenado tercer milenio. Y ahí se va, camino de Atocha, con mochila al hombro, creyendo en el presente y el futuro de Periodismo; regalando entusiasmo, vida, vocación. Me confirmo como un RamónLobista empedernido.