Una liturgia laica, de sabor añejo, recorre La Malagueta. Viene el torero malherido de Aguascalientes. Llega una legión de josetomasistas que apenas entienden de toros. Ni falta que hace. Vienen a disfrutar de ese quejío parsimonioso que ofrece en cada pase, con el capote y la espada, José Tomás. Siempre lento, elegante y bravo.
La corrida es la última de la Feria de Málaga. Y la tercera de José Tomás de la temporada, tras León y Granada. Hace cinco años que no torea en esta plaza, a escasos 100 metros del Mediterráneo, retratada por Pablo Ruiz Picasso cuando aún era niño y quizá ya soñaba con triunfar en París. Tomás tenía ganas de agradar y de triunfar. Lo logró cuando a las 21.30 salió a hombros por la Puerta Grande de La Malagueta. Atrás quedaban dos horas y media de arte discontinuo compartido con el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza, entusiasta, que brindó un soberbio espectáculo de destreza y baile con los caballos.