Soñó con una Málaga más culta, cosmopolita y europea. Pedro Aparicio, alcalde de Málaga entre 1979 y 1995, el primero de la etapa democrática, ha fallecido esta mañana de un infarto. Aparicio, retirado hace ya más de una década de la política, fue presidente del PSOE andaluz y eurodiputado. Ya no tenía ningún contacto –ni lo quería tener– con su expartido.
Aparicio (Madrid, 1942), seguidor incondicional del Barcelona FC, amante confeso de la música clásica y melancólico empedernido, llegó a Málaga a mitad de la década de los setenta. Prestigioso cirujano del Hospital Carlos Haya de Málaga (se licenció en Medicina en 1966), fue candidato a la Alcaldía de Málaga sin ninguna experiencia. Le convencieron Carlos Sanjuán y Rafael Ballesteros, dirigentes históricos del PSOE-A.
Durante su etapa en la Alcaldía se creó la Fundación Casa Natal de Picasso, impulsó la restauración del Teatro Cervantes, sede del Festival de Cine Español de Málaga y la Feria de Málaga. Logró la Orquesta Sinfónica de Málaga, un nuevo Cementerio y el Paseo Marítimo del Oeste, además de otros proyectos menos vistosos, pero muy relevantes para la modernización de la ciudad, como el acerado y asfalto intensivo de hasta 52 barriadas.
Primer alcalde de la Federación Española de Municipios y Provincias, no se presentó en 1995 a las elecciones municipales que ganó Celia Villalobos.Manuel Chaves le nombró presidente del PSOE andaluz, pero donde más disfrutó fue en la etapa de europarlamentario entre Bruselas y Estrasburgo. Al regresar a Málaga fue profesor de la Facultad de Medicina de la UMA. Ahí empezaron sus caminatas de más de 10 kilómetros entre Teatinos, el barrio universitario, y su casa.
Su paraíso de Pedregalejo
Europeísta convencido y lector voraz de novelas y ensayos, sentía devoción por el Periodismo (llegó a graduarse por la antigua Escuela en 1973 y colaboró en un programa de música clásica en SER Málaga), aunque no aguantaba bien las críticas de los periodistas, que le reprochaban que le sobró su último mandato en el ayuntamiento. Durante más de un lustro fue un delicioso articulista del diario Sur de Málaga. Sus columnas de los sábados eran lecciones de urbanidad y cultura, siempre escritas con un excelente estilo literario.
Patrono de la Fundación Manuel Alcántara, llevaba ya un par de veranos que abandonaba Málaga de junio a principios de septiembre para refugiarse en una casa de Asturias. Le gustaba la playa… en invierno. No aguantaba ya el calor del estío. En 2007 había empezado a escribir unas memorias políticas para la editorial Almuzara, pero finalmente las dejó aparcadas. Su refugio ideal era el despacho de su hogar de la calle Corpus Christi del coqueto y marinero barrio de Pedregalejo de Málaga. Allí, entre su CDs y vinilos de Ópera, las reproducciones en miniaturas de locomotoras de tren y tras comprar los periódicos en el kiosko de Nazario de la avenida Juan Sebastián Elcano, tenía su paraíso. En Málaga, “la capital del Sur de Europa”, el eslogan que inventó.