Entonces supo que ya no le quería más. Era la mañana de Nochevieja y salió en busca de una belleza efímera, una luz inerte. Desconcertada ante el tráfico de aquella ciudad infernal que había empezado a odiar, precipitó un adiós lleno de zozobra, inquietante, como la del primer desengaño. Cuando se dio la vuelta, el año se había fugado. También su amor por él, el que tanto soñó. Y se despidió de la vida, de aquella vida, a las 23.59. Un minuto después había vuelto a nacer. Sin él.