Por Agustín Rivera
En Año Nuevo me despedí de la vida. De otra vida. Supe que era el final de aquellos momentos siempre tan complacientes, enormes de ambición. Nochevieja era la frontera. Todo sería diferente. En el primer brindis de cava encontré el reloj del tiempo que cumple las horas exactas, de modo irremediable, como si fuera la primera vez.
La memoria de los que siguen estando con nosotros ejerce de infalible árbitro de lo que somos. Sé que aquella mirada de la felicidad que conozco es tuya y espera ya en la próxima esquina la edad madura; aquella que tanto deseé y ya está llegando como un tren melancólico lleno de paradas intermitentes que remiten a un desván recóndito, íntimo. El lugar donde aterrizan los ecos de esta Nochevieja tan joven que me acompaña.