Por Agustín Rivera
Fotografía de Toñi Guerrero / Viernes Santo 2015
Santuario de Santa María de la Victoria; Málaga, 17 de septiembre de 2005
Mozart era el genio absoluto. Beethoven estaba medio sordo y Albéniz no era un cine de la calle Alcazabilla, sino uno de sus músicos favoritos. Los de la generación del Ubi Charitas le debemos mucho a Manuel Puyó. Profesor de música del Colegio Los Olivos, Puyó se emocionaba tanto con la historia de la música como con el piano. Do-mi-sol-mi-fa-re-sol-sol…, canturreaba en clase. Los que no teníamos un oído de cine, disfrutábamos más con las historias de los músicos románticos y del Barroco que con el piano de Puyó. Los nombres de Brahms, Schubert y Falla se mezclaron en esa Cuaresma del 86 con el barrio de la Victoria y la Virgen de la Caridad.
Muchos de mis compañeros de clase nunca habían pasado por este barrio. Para ellos el Santuario era lo mismo que el Seminario. El Santuario quedaba lejos, muy lejos. ¿Oler el Jardín de los Monos y los Maristas? Ni en pintura. Era el Territorio Comanche. Y allí en la calle Julio Verne, en el Atabal, en Los Olivos, ensayamos en clase y en el salón de actos el primer Ubi Charitas de la historia.
Hoy, Virgen de la Caridad, te relato mis vivencias de antiguo alumno de Los Olivos, cofrade y periodista para que todos sepan cuán grande es la vinculación de esta Cofradía con los Agustinos, la Iglesia de San Agustín y Los Olivos. Son 75 años de historia y tengo el honor y la inmensa suerte de que Francis, el hermano mayor, cuente conmigo para esta exaltación en la que voy a tratar de narrar mis vivencias.
¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! Hablaba del Ubi Charitas.
Puyó, con sus gafas de intelectual y su bigote perenne, recibió un encargo del padre Miguel Angel Alonso Oliva. El guión del Ubi Charitas lo había elaborado el Padre Manuel Gámez, pero quedaban pocos días para la Semana Santa y había que escribir una partitura de piano y música para 60 u 80 instrumentos. Entre clase y clase, perdiendo alguna hora de recreo, o un paseo por las columnas, Puyó se puso piano a la obra e inventó melodías. Entrábamos muy temprano a clase, a la Hora Cero, y soñaba que las Palmeras del paseo cantaban Ubi Charitas.
Hicimos ensayo en clase de música. La clase estaba situada junto al aparcamiento con vistas a las Vespinos rojas y al bar del Fichi y su familia. Participaban gente que incluso nunca antes había oído hablar de Semana Santa. pero los 50 alumnos, todos muy formalitos y repeinados, cantábamos Ubi Charitas, mientras, al otro lado del Pabellón, sonaba una potentísima voz, la de don Manuel Aguado. Y el padre Perruca se inventaba fórmulas y el padre Laureano Manrique repartía positivos y negativos en clase de Latín y Griego.
Luego hubo un ensayo general en el salón de actos. En el mismo salón de actos donde nos proyectaban en EGB Mary Poppins con Julie Andrews o Moby Dick, con actores barbudos. Donde vimos también interpretar un soberbio papel de Bruja a Nacho Martínez, ahora flamante director de cine, o donde yo mismo imité en COU a un Jesús Hermida con abundante flequillo, Buenas tardes, señorasss y señoresss…
Era mi primer año en el trono. Tenía 15 años, un bigotillo rebelde, estaba en Segundo de BUP y sufríamos con las Derivadas y las Integrales de Emilio Lasarte. Nos dieron el puesto en el varal. El primer año, chupando mesa, como debe ser. No se podía fumar, ni beber, ni comer, claro, aunque en ese primer año más de uno intentó convertir el trono en algo más chabacano que nunca más se volvió a repetir. Fue el primer año en el que los hombres de trono salíamos con túnica. Adiós al traje. Y el último en el que la Virgen de la Caridad levantó a pulso.
Puyó intentaba poner orden. Primero, los instrumentos. Luego, la voz. La banda de música de Churriana, dirigida por Francisco Pino, empezó con las primeras notas y ya más de uno, haciéndose el gracioso, cantaba Ubi… Desafinamos un montón, pero creo que los 250 jóvenes de trono que llevamos ese año a la Virgen sabíamos que estábamos viviendo un momento irrepetible.
¿Oración? ¿Himno? ¿Canción? Hasta Antonio Banderas ha reconocido que forma parte de sus 40 Principales. Ubi Charitas es mucho más que en una marcha procesional. Es la música de una generación de portadores de la Virgen de la Caridad. Es la música que escuchamos cada Viernes Santo y que nos recuerda que ya no somos niños, que siendo aún jóvenes, la vida ha cambiado, pero que los recuerdos del Colegio permanecen. Es la música que suena mientras saludo y abrazo a aquel amigo al que me gustaría ver más a menudo, pero al que sólo veo el Viernes Santo.
Y veo el varal y ya no están Ale, ni Jesús, ni Juan Carlos, ni Fran, tampoco Kike. Ni José Luis. Tampoco David ni Juan Pablo. Pero sí veo a Sergio o a Mario. O a los Canca, que vienen desde Inglaterra o Italia. Muchos dejaron el varal y ahora salen de promesa como Alejandro Garmendia. Él ha optado por ir de nazareno, delante de la Virgen. Otros se fueron no del trono, sino de la Cofradía, en una ruptura muy dolorosa y triste que nunca debió ocurrir y que estuvo a punto de arruinar el futuro de la Cofradía… Y es que siempre es un tremendo error el conmigo o contra mí. Todos somos necesarios, pero no hay nadie imprescindible. Ni los de antes, ni los de ahora. Eso sí, ya pasados unos años, creo que la Cofradía debería seguir esforzándose más para recuperar a la gente que se borró del Amor y la Caridad. Muchos de ellos ven la procesión por Fernando El Católico, El Compás o por la Victoria con emoción de los años pasados.
Yo seguí en la Cofradía, pero de alguna manera también me fui. Seguí de hermano, pero dejé el trono. Tuve que optar por Mena o la Caridad. Durante dos años estuve compaginando los dos tronos. Pero era imposible sacar un trono el Jueves y otro el Viernes Santo. Además, empecé a cumplir mi sueño, trabajar de periodista, y el Viernes Santo había que ver el resto de las procesiones para publicar una gran crónica el Domingo de Resurrección.
Uno de mis primeros artículos de Semana Santa se titulaba La Victoria de la Caridad. Era abril de 1994. Escribí ese centenar de líneas el Sábado Santo en la redacción de Diario 16 de la Calle Faro. Una redacción con vistas al mar y justo al lado de la casa donde vivió el poeta Jorge Guillén.
En ese artículo, escrito en una pantalla de fondo verde, quise mezclar el triunfo de la Cofradía con la imagen de la Virgen. Ahora, 11 años después de escribir ese artículo, lo releo y encuentro a muchos que están aquí. Ahí está el principio de la procesión. Están Fede y Jesús Escobar y muy cerquita veo a Fortunato y Fernanda, como siempre, al lado de mis padres. Estoy con un menudo bloc de notas, de hojas en blanco, donde apunto frases muy rápidas. Y aprendo a ser un reportero, como me enseñaron en Diario 16 y en la Facultad de Martiricos: oír, ver, escuchar, olfatear y vivir. Siento un cosquilleo, me entran ganas de ponerme debajo del varal y orar a la Virgen de la Caridad en clave agustiniana, como siempre lo he sentido.
Como ha recordado el padre Jesús Miguel Benítez, San Agustín definió la oración como un diálogo inacabado. La vida era en sí misma el diálogo más certero.
“Señor,
¿qué es lo que amo cuando Te amo?
No amo la hermosura de un cuerpo,
ni la de un rostro.
No amo maravillosos juegos de luces,
ni dulces melodías, ni bellos cantares.
No amo la fragancia de las flores,
ni exóticos olores,
ni el maná, ni la miel.
No amo un abrazo ni un beso boca a boca.
No, no amo todo esto cuando amo a mi Dios.
Y, a pesar de todo, amándote,
amo cierta luz y cierta voz;
amándote, amo cierto perfume y cierto manjar;
amándote, amo cierto abrazo y cierto beso.
Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios,
que es Luz, Voz, Fragancia, Comida, Abrazo y Beso.
En ÉL mi alma ve lo que el espacio no puede abarcar.
En ÉL escucha lo que el tiempo no borra.
En ÉL huele lo que el viento no esparce.
En ÉL gusta lo que el apetito no consume.
En ÉL abraza lo que la saciedad no colma.
Esto es lo que amo, cuando te amo a Ti, Dios mío”.
Esta oración/poesía aparece en el libro Confesiones de San Agustín, un libro que me he acompañado en momentos de dudas de Fe, momentos que compartí con los curas del colegio como el padre Modesto García, el padre Antonio Iturbe o mi gran amigo, el padre Jesús Luis Galdeano, un agustino conciliador, fallecido en julio de 2003. Galdeano luchó para que esta Cofradía del Aguila bicéfala agustiniana pudiera caminar pacíficamente.
Galdeano fue el que me enseñó para siempre ese espíritu agustiniano que nunca olvido. Galdeano era un sabio que nunca quiso cargos y que precisamente no dejó de acumularlos en toda su vida porque a él todos le veían como la persona más adecuada para superar cualquier obstáculo.
En mi primer año en el trono, hicimos la clásica parada de Atarazanas, delante de las Hermanitas. Yo estaba ya hecho polvo y quería recuperar fuerzas. Era Viernes Santo. Vigilia. Y quería zamparme un buen bocata de chorizo Revilla. Mi madre lo había preparado en casa y me lo llevó. “¿Se lo puede tomar el niño? Es que como hoy es Vigilia…”. “No importa, los que hacen un esfuerzo tan grande como él, están dispensados por Dios”.
Recordé estas frases con Galdeano años después. Y él siempre me insistía que antes que cofrade había que ser un buen cristiano. Y, por experiencia lo digo, ¡qué difícil es vivir el cristianismo si no lo vives en comunidad!
Por eso, me siento huérfano de él. El fue mi director del colegio, fue mi profesor de Religión y Literatura, mi director espiritual. Mi amigo. Ya sé que nunca podré pasear con él tranquilamente, ni hablar con él de sus sonetos, de novelas y ensayos, de Perico Delgado, Indurain o el Osasuna, ni de periodismo, ni de cofradías ni de su experiencia como estudiante durante el Concilio Vaticano II en Roma, como explicara con detalle al padre Miguel Angel Sierra. Pero, sobre todo, ya no tengo a nadie próximo con el que pueda hablar de San Agustín.
Nadie también como él para hablar de las 5 C. En periodismo las 5 W corresponden a What? When? Which? Who? y Why?, esto es, ¿Qué?, ¿Cuándo? ¿Cuál? ¿Quién? y ¿Por qué?, pues bien yo he tenido 5 C: Colegio, Ciudad, Cofradía, Comunidad y Crónica. Todas ellas se reúnen en una sexta C: CARIDAD.
Porque la vinculación de los Agustinos con la Caridad no es reciente. Desde 1930 la Orden de San Agustín es Hermano Mayor Honorario de la Cofradía y fue en 1970 cuando por primera vez salieron alumnos de Los Olivos portando el trono de la Caridad, una circunstancia que no ha dejado de repetirse hasta ahora.
La vinculación llegó hasta tal punto de organizarse una peregrinación de la Virgen al Colegio. La Virgen llegaba en una furgoneta, algo muy digno que no desmerece para nada, y se organizaba una fiesta en honor a Ella.
En la procesión demostré que era muy patoso. Y Rafael Contreras, mi primer maestro en el periodismo, quien iba delante de mí, le rogó al mayordomo de trono:
– ¿Por qué no me quitáis a este de aquí?
Luego, más suavecito, le dijo a mi padre:
– El niño tiene madera de hombre de trono, le pone ganas, pero a ver si pisa un poquito menos.
La subida de la Virgen de la Caridad al Colegio la organizada la APA en casa de José Antonio Mota. Acompañaban a la procesión las bandas de Gibraljaire y Miraflores. La Romería era en Cuaresma, había niñas vestidas de faralaes y jóvenes con traje corto, concursos de paellas, marchas procesionales y hasta un pregón. Agustín Moreno, primo segundo de mi padre, fundador de los Estudiantes con Pepe Atencia, dio un pregón muy agustiniano, con recuerdos del Colegio de San Agustín, el padre Vicuña y Manrique, quien todos los años oficia una misa a los antiguos alumnos.
Todos estos recuerdos pretenden consolidar la identidad agustiniana de la Cofradía. Y es que hasta en Estados Unidos reconocen el valor de la memoria en San Agustín. El crítico Harold Bloom en un su reciente libro ¿Dónde se encuentra la sabiduría? precisa que la sabiduría en San Agustín representa el puente entre los antiguos y Dante o entre las antiguas obras del pensamiento griego y las de la Biblia. Además, San Agustín inventó la lectura tal y como la conocemos hoy al establecer su relación con la memoria.
La memoria… No importa que nuestros padres nos hayan apuntado o no a la Cofradía nada más nacer, la clave es ser cofrade en la infancia. Una vez se lo dijo el escritor Caballero Bonald a Antonio Soler, también antiguo alumno de Los Olivos, que portó un par de años la Virgen de la Caridad, y uno de los mejores escritores españoles de la última década. “Uno no es de donde nace, sino de donde empieza a crecer en la vida”. Por eso no es tan importante ser boquerón, malagueño o cofrade de nacimiento, la clave es serlo a partir de los 5 o 6 años. Si uno lo es a esa edad, ya llevará Las Manchas del Leopardo que Billy Wilder relató en la película Primera Plana, protagonizada por Jack Lemmon y Walter Matthau. “No se puede quitar la vocación a un periodista de verdad, igual que es imposible quitarle las manchas al leopardo”.
Y yo, que hoy ya no soy el cristiano que iba a misa cada domingo, hablaba con ancianos en la residencia de mayores de calle Fresca o enseñaba claves cristianas en AMA (Asociación Malagueña Agustiniana) a niños de 8 y 9 años antes de recibir la Primera Comunión, creo que aunque no lo quisiera, seguiré siendo cofrade.
Aunque esté en Tokio, Buenos Aires o Mallorca, la Victoria, El Atabal y la Iglesia de San Agustín seguirán siendo una parte básica de mi educación y memoria sentimental.
Los recuerdos también son para el verano. El Pasito Corto de la Caseta de la calle Bolsa, donde ahora figura La Paloma Quiromántica en homenaje a Rafael Pérez Estrada, o El Pasito Corto de la Plaza de la Constitución, donde muchos 17 de agosto he celebrado mi cumpleaños entre Cartojal, abrazos y mirando el cuadro de la Caridad.
Este año, un día de Feria, antes de irme de Málaga, decidí subir hasta la Victoria. El Jardín de los Monos y los Maristas ya no son Territorio Comanche. Recuerdo el pique con los Maristas y sé que tengo muchos amigos que estudiaron en el mismo colegio en el que formó un entrenador llamado Javier Imbroda y donde disfruté del baloncesto de esa pareja mágica formada por Mike y Ray Smith.
Llegué al Santuario y estaba cerrado. Don Ignacio me abrió la puerta. Entré por una puertecita lateral y con el suelo medio mojado, mientras las mujeres de la limpieza fregaban la Iglesia, me acerqué a la Capilla de la Virgen. La Caridad tenía la cara muy perfilada, los ojos entreabiertos, la mano derecha levantada sobre la izquierda y una toca celeste. Tenía una dulzura y serenidad que hacía mucho tiempo que no había visto. Le pedí fuerzas para esta Exaltación y me marché tras rezarle un Ave María.
También en esos minutos de silencio, mientras a lo lejos, en el Centro, se oía el bullicio mundano de la Feria, me pregunté por el futuro de la Cofradía. ¿Será posible que la mitad del trono lo lleven mujeres? En el trono del Cristo ya ha empezado la primera…
También creo que la marcha Ubi Charitas de Manuel Puyó y el padre Manuel Gámez llegará a ser tan conocida como El Novio de la Muerte o Malagueña Virgen de la Paloma.
Dentro de 20 años los hermanos habrán aumentado tanto que estará a punto de inaugurarse la ampliación de la Casa Hermandad. Los capirotes serán más pequeños, la candelería del trono, viva la domótica, se encenderá con mando a distancia y los varales irán hechos de un nuevo tipo de aluminio que aliviará el paso del trono, que estará a punto de dorarse por segunda vez.
Pero habrá cosas que no cambiarán. El trono se levantará con campana. En el encierro se leerá el texto del Nuevo Testamento de I Corintios 13 y, sobre todo, la Cofradía seguirá. Y la Virgen de la Caridad continuará mirándonos cada día, esperanzada de nuestra fe, porque como dijo Galdeano en su último soneto, escrito un 4 de julio, “el tiempo precipita las edades”. Y, a ti, niña de la Caridad, te digo: “Pronto te amé, hermosura tan antigua y tan nueva”. Caridad del Colegio, agustina, amiga y sabia.
Muchas gracias.
Fantástico,emotivo.Un abrazo
¡Muchísimas gracias, Fernando! Qué alegría saber de ti. Espero que nos veamos prontito. Un fuerte abrazo.
Qué bonitos recuerdos compartidos, aunque yo tardé un par de años más en portar a la Virgen, comenzando no desde la mesa como bien apuntas, sino desde el submarino, puesto que no había puestos vacantes en el manto.. Entretanto, la acompañaba con mi cirio para iluminar su camino.
Yo fuí junto a algunos más (incluido mi hermano), de esos que elegimos entonces permanecer bajo Nuestra Señora de La Caridad, en contra de lo que muchos pensaban que lo correcto en aquéllos momentos, era dar un paso atrás. Lo correcto se antojaba difuso entonces
A día de hoy me alegro infinito de haber tomado aquélla decisión y seguir siendo portador en activo.
Si las cuentas no me fallan y sin la pandemia mermando el número de salidas procesionales, éste año se hubieran cumplido 33 años bajo el varal, con la misma ilusión de finales de los 80 y primeros de los 90.
Gracias por compartir con todos nosotros tan bonitos recuerdos.
¡Un abrazo grande Agustín, aunque de momento deba ser virtual!.
No sabes, querido Esteban, lo que me alegra tu comentario. Celebro tu decisión, el no dar un paso atrás. Fueron momentos complicados y éramos muy jóvenes.
Gracias a ti por leer estos recuerdos, esta memoria compartida.
Un abrazo virtual y muy pronto ya de verdad.
Qué preciosidad de recuerdos narrados desde… tal vez desde la imponibilidad del distanciamiento, no sólo de la imagen, también desde la ausencia. Y esa conexión que te concede tu propio nombre: Agustín.
Un día vas a tener que presentarme a esa gran Señora. Un día me encantaría respirar contigo incienso y lirios ante un altar desconocido. Y que suene la música que YouTube me ofrece en un diferido virtual, pero irreal, a todas luces.
Voy a dormir con tus palabras y tus letras con el mejor sabor de ojos que nadie pueda acostarse.
No tienes idea de lo que has removido en mí.
Gracias.
Qué hermoso lo que has escrito, querida Alicia. Estoy abrumado.
Tengo muchas ganas que puedas vivir una Semana Santa y te la presentaré a Nuestra Señora de la Caridad.
Un beso grande,
Agustín