No lo sé. Leo esto y cada Nochevieja me encuentro con el mismo dilema. ¿Qué voy a escribir? ¿Qué sentido tiene esta escritura automática, sin guion alguno, que arranca solo unos minutos más tarde de las cinco y media de la tarde, y acabará justo antes de que anochezca?
Mi minicuento de Nochevieja sin reflexión previa, de esta Tardevieja tan extraña en la que me encuentro apenas acompañado de la luz tímida del flexo, un teclado que parece escribir solo, un ratón al que le faltan pilas y un documento que ya lleva 95 palabras.
Escribir sin mirar atrás, ni la línea anterior, tampoco el párrafo inicial. Escribir sabiendo que el final puede estar muy cerca, que ignoras cómo acabará, que quizá escribirás una historia similar a la del Puente de los Americanos o a la uva que se te atragantó en los primeros años de este milenio, o esa esperanza que vuelve cada 31 de diciembre. Un niño en cuerpo de adulto-mayor.
Me acuerdo, narro y rememoro todo lo que he querido contar aquí. Si no es tiempo de poner punto final a este proyecto que empezó en 2008 en el hogar familiar, en una tarde con la bandeja de Felices Pascuas desplegada en el salón, escuchando villancicos sin fin, el vinilo a todo volumen de La guerra de los mundos, ese turrón que nunca probaste, las hojaldrinas espachurradas y que aparecieron en primavera en el bolsillo de un pantalón; ese polvorón de almendra que aprietas y aprietas hasta hacerlo piedra.
La alegría de un Año Nuevo que nunca es nuevo del todo, que comenzará con música, hecha a cachitos, en blanco y negro y con subtítulos, con una capa española que baila en la televisión inteligente; con unos abrazos y besos que no acaban… y que no acaben nunca. El calendario avanza y tú quieres atrapar el futuro sin dejar de mirar atrás. El presente ya es otra vez historia. Adelante, siempre adelante. Un año par que te traslada a otro tiempo. Vamos juntos, no te separes de mis manos, 1 del 1.