La amistad revive entre las columnas
Sesenta y nueve alumnos/as de la promoción 1989-1990 celebran la fiesta de la salida de los 20 años de COU del colegio Los Olivos
Por Agustín Rivera
Málaga, 27 de junio de 2010
Teníamos muchas ganas del reencuentro. El viernes, apenas 10 horas antes de la cita, me parecía la Noche de Reyes. Pensé qué equipación me pondría para parar balones endiablados a los amigos treintañeros. Cuando Jesús Morcillo me recogió cerca de mi casa a las 10.30 horas sabía que empezaba un día completo, vibrante, de completa exaltación de la amistad.
En el muro que está al lado de la antigua clase de música se colocaron fotocopias ampliadas de Primero de EGB, Octavo, Primero de BUP y COU de nuestra promocion del colegio Los Olivos. El balón (apellidado Coca-Cola, aunque yo estaba empeñado en llamarlo Jabulani cada vez que sacaba hacia adelante, con escasa potencia, por cierto) esperaba nuestras zancadas y estiradas en busca del blocaje perfecto.
Antonio Bueno, profesor de Cuarto de nuestra jubilada EGB, ya estaba allí esperándonos para animarnos, sin pestañear, la hora y media que jugamos. Como si emularan el retrato de Dorian Gray, algunos todavía conservan una forma que no debería pasar desapercibida por Vicente del Bosque. Óscar Jiménez, ese compañero que en Quinto salió en televisión (jugaba la Liga de Andalucía), y Óscar Rueda, que jugó en Segunda División B, eran los reyes del talento. José Luis Ortega parecía un mariscal de campo y Emmanuel Yáñez se atrevió incluso a meterme un gol que no se merecía…
Exhaustos y nada fracasados (a pesar de mi derrota: cuatro goles tuvieron la culpa), dejé mi arreos de portero en el coche de David Navas. En el aparcamiento nos encontramos con Mariví García Larios, nuestra profe de Inglés en COU. “Antes tenías pelo de Maradona”, le dijo Juan Pablo Díez nada más verla. Maríví está más joven que hace 20 años. No podemos decir lo mismo otros. Bueno, también otras (pocas). Pero el comentario era unánime: “Las niñas han cambiado menos”. La calvicie, las barrigotas y los kilos de más e incluso supermás son la gran diferencia frente a 1990, el año que empezamos a ser adultos.
Laureano Manrique estuvo con nosotros. Lanzó positivos, como los que adjudicaba en Latín y Griego. Antonio García Pañero, profesor de Lengua y Literatura, y Antonio Bueno compartieron cervezas. También recuerdos de Cesta y Puntos. Se sintieron queridos. Abrazos, besos. ¡Cuánto tiempo! ¿Dónde vives? Muchos vinieron de tierras neutrales: Sonsoles Díaz desde la suiza Zurich. Emmanuel desde Milton Keynes (Reino Unido). Enrique Portillo y Ana Eva González viajaron desde Barcelona. Carlos Iturbe viajó desde Burgos. Juan Francisco Cobos desde Madrid. Lidia Miranda desde Sevilla.
Poco después de degustar una paella riquísima, servida en platos pequeños de plástico, nos hicimos la foto de familia de hermandad con el fondo de las columnas. Y otra, divertida, al lado de la escalera que conduce al pabellón de EGB, en la entrada del salón de actos. Con los brazos en alto, como la portada 1977-1978 de Parvulitos. Luego viajamos en el tiempo. Nos enseñaron varias clases de EGB. Nacho (antes se llamaba José Ignacio) Ramírez hizo de las suyas. Se puso contra la pared, «castigado como me hacía el vice«. Algunos imitaron el Padre Nuestro en inglés de Felicísimo Castaño (el Flip, vamos). Nos dimos cuenta que las ventanas siguen siendo de aluminio, que los muebles empotrados, verdes oliva, continúan intactos, igual que la tarima, la mesa del profesor, la pizarra/encerado o incluso la hoja de asistencia y la puerta de madera. Muchos recordamos al Padre Alcalde. Otros a Zaragüeta. O los capones del Padre Julio.
Los pupitres son nuevos, pero las clases, sobre todo el Pabellón de BUP y COU huelen igual, el olor de la infancia y adolescencia, cuando forjamos amistades irreductibles. La clase de Dibujo ahora la están convirtiendo en biblioteca. Atravesamos el puente que une los dos pabellones. Miramos la foto de la primera promoción que estudió en Los Olivos (1968) y una fotografía aérea del colegio y la zona de El Atabal. Pasamos al anfiteatro del salón de actos. Estaba a oscuras.
La conversación fue todo lo contrario. Luminosa, creativa, intensa. Las anécdotas fueron constantes. Una banda sonora de risas y carcajadas (sobresalían las de Vicente Sánchez, Maica Terés y Mónica Torres) formaban una sintonía maravillosa, repleta de complicidades y guiños, de buenos momentos. Nacho Ramírez, siempre brillante y animado, contaba historias de Manuel Aguado («creo que es bien chenchillo«), cómo lo echaron una vez de clase (él no estaba), cómo algunos profes se dejaban convencer y cambiaban las fechas de los controles con la frase: “¿Examen? ¡No avisó, no avisó!”.
Tenía ganas de ver a gente que le perdí la pista hace no ya 20, sino 25 años: José Manuel Pazos, Juan Carlos Montiel, José Luis Manoja (terminamos el día en su restaurante, Tres Barriles) ilusionados de ese reencuentro. En tres cartulinas de colores apuntamos nuestros nombres completos, teléfono móvil, correo electrónico y profesión. Así estaremos todos mucho más en contacto. Algunos hasta hicieron negocio.
El organizador, el alma mater, Juan Pablo, fue manteado, ya casi al atardecer. Florencio Arias, Guillermo Morales, JP y yo caminamos por el Paseo de las Palmeras. Me di la vuelta y respiré hondo. Ahí estaba el edificio, las columnas, el lugar donde pasé 13 años de la primera etapa, fundamental y decisiva, de mi vida. Porque los amigos del colegio jamás te fallan y siempre están ahí. Contigo. Como el sábado. Como siempre.